No
tienen la grandeza que tenían los políticos en La Transición. La angustia de la
gente sube por las escaleras hasta sus despachos pero no oyen su gemido. Las
ciudades se llenan de locales vacíos, bares polvorientos, tiendas en
liquidación y ancianos angustiados, pero ellos solo piensan en salvar el culo.
Más de un millón seiscientas mil familias no tienen ningún ingreso.
Generaciones de jóvenes se pisan unas a otras en el deseo trabajar, y no
pueden, se tienen que ir porque todo está como en derribo. Lo que más se oye es
la palabra estafado. Los estafados por las preferentes, los estafados por Díaz
Ferrán, los estafados accionistas de Bankia, los ciclistas estafados por el Dr.
Fuentes, los estafados por las urgencias, los estafados por su interinidad
obligada, los estafados por los gerentes que se lo montan, los estafados por
los constructores, los estafados por la mentira de una vida imposible...
Todos forman una hilera que llega hasta los
pasillos de La Moncloa. Mientras, Rajoy se duerme en la ajenidad y cada vez que
habla mata la palabra esperanza. El sábado fue el momento de que llovieran
dimisiones en cascada, y que se regenerara el tejido político, y que se
planteara al PSOE y a los demás partidos un pacto por el país, como en la
Transición. Cesar temporalmente los intereses partidarios. Ofrecer un decálogo
de regeneración democrática. Plantear algunas medidas propuestas por el 15-M,
como los mandatos de ocho años.
Pero si Rajoy no da la cara, como requisito previo,
seguiremos igual. Todo sigue igual, como en la sosa canción de Julio Iglesias. Rubalcaba
sigue en las catacumbas de su propia oscuridad. Habla como si sintiera que
nadie le cree, como si el país ya estuviese vacunado contra él. Todo se derrumba
y ellos siguen enroscados en su coraza de hierro oxidado. Y aunque ambos dicen
que tienen que pactar, somos muy pocos los que creemos en que lo dicen con el
corazón en la mano, y sin pensar en su propio beneficio, electoral o judicial.
Mientras el país se siente envuelto en una túnica
que lo asfixia los dos grandes partidos se hunden, y no lo saben. O lo saben y
no quieren saberlo. Pero el hecho es que cada día los cree menos gente. Sobre
todo porque no son capaces de sentarse en una mesa setenta horas y no
levantarse hasta que no tengan un pacto de generosidad con el pueblo, como se
hizo en la transición.
Y comenzar a dignificar el papel de los políticos.
Todos no son lo mismo como dice Cayo Lara con mucha razón. Rajoy perdió el sábado una
maravillosa ocasión para la esperanza. Que sepa que ningún desahuciado, parado,
estafado, desengañado, desesperanzado, angustiado, oprimido o amargado después de
escuchar su marciano discurso durmió mejor.
Manuel Juliá
Periodista y escritor
http://manueljulia.com/