Hay mitos
que parecen inamovibles: que la tele acaba con la lectura. Que cada vez se lee
menos. Que.... Bueno, es mentira. De hecho, son muchas y distintas las relaciones
posibles entre televisión y libro. Y hoy vemos alguna, otro día más.
Hace veinte
años, en las series norteamericanas de televisión solo había protagonistas wasp: blancos, anglosajones y
protestantes. Ahora es difícil ver una
serie en la que no haya ciudadanos y ciudadanas negros, o de origen asiático,
mujeres jefas, y homosexuales con toda normalidad. Y es que la televisión, la
denostada "caja tonta", resulta ser una poderosísima maestra que normaliza lo
que la sociedad va avanzando, y lo convierte en lugar común, dicho sea con el
mejor de sus sentidos: lo dado, lo que existe, lo que se acepta tal cual,
porque es así. Y hay que reconocerle, con todas las críticas que podemos ir
haciendo, su papel de demoledora de prejuicios, de la homofobia al machismo
-aunque de todo haya en la viña del señor-, del racismo a la intransigencia
religiosa.
La delantera
la llevan las series americanas. En el libro colectivo editado por Iñaki Martínez de Albéniz y Carmelo Moreno del Río, De Anatomía de Grey a The wire. La realidad
de la ficción televisiva, que acaba de publicar Catarata, se hace un examen
exhaustivo de esa intervención que, por lo que sé, tiene mucho qué ver con la
homogeneización de un cierto nivel moral social. Salvo cavernícolas, que los
hay, es difícil encontrar chistes y comentarios racistas , y cuando se dan, escandalizan. Están en franco descenso
los machistas y homófobos -aunque quedar, quedan, y se cuelan más en los
"programas" que en las series- y todo el mundo, menos
los obispos, va asumiendo
los cambios que se producen en las estructuras de la familia. Además, hay una
homogeneización lingüística indudable: de sobra es sabido que la generalización
del italiano común sobre los dialectos se debió a la tele, y que en temas como
la indumentaria, que iguala ciudades y pueblos, zonas urbanas y rurales, tiene
muchísimo qué ver. Porque también, la tele, y más la teleficción, interviene en
el gusto y la moda. De todo esto y de más -de cómo la ficción televisiva
configura la propia realidad- trata este libro recomendable.
Pero la
televisión produce libros, o si se prefiere, produce personajes populares que
escriben libros. Ficción o cuasificción. Por ejemplo, La vida iba en serio, primera novela de Jorge Javier Vázquez, (Planeta), un best seller en cuanto a las
ventas -200.000 ejemplares vendidos en las navidades- y una novela confesional
en la que la iniciación homosexual está contada con una punta dramática: la que
sin duda tiene. Con una escritura muy directa, en la que los tabúes
lingüísticos son suavemente esquivados -por ejemplo, aparecen esos tacos que oímos sonar en el directo de
televisión- se narra la historia ficcionalizada de un conocido personaje de la
televisión.... Que es Jorge Javier y
no es Jorge Javier. Y que primero
fue un chaval que llegó a Madrid con una maleta y una licenciatura y un
contrato de periodista y muchas ganas de comerse el mundo.... Un chaval solitario
y lector que deja muchas referencias de sus libros de cabecera, aunque,
queriendo o sin querer, produce un lenguaje, cómo decir, apto para todos los
públicos. Tengo la tentación de compararlo con las novelas de Boris Izaguirre, pero no caeré en ella:
las de Boris -con quien tiene en
común Jorge Javier el haber
conseguido normalizar, más que muchos manifiestos, la figura del homosexual en
España- y particularmente aquella primera Azul
Petróleo (Espasa), tenían una voluntad literaria más expresa y acusada.
Y la que,
por seguir con los personajes televisivos, está contada con un lenguaje suelto,
divertido y tremendamente ágil es
Princesa Letizia, de mi admirada María
Teresa Campos, aparecida también de la mano de Planeta. Es un libro
bastante desconcertante. Una...."biografía no autorizada" de la princesa, narrada
en primera persona, y en la que van discurriendo no sólo los hechos de su vida,
sino sus juicios e ideas sobre la real familia y sobre todo lo divino y lo
humano. No sé qué pensará de él Letizia
Ortiz, que "se expresa" con una soltura muy de periodistas, y ya se sabe
que los periodista somos muy mal hablados, de toda la vida. Y con una libertad
crítica, y hasta autocrítica que me parecen más de María Teresa que de la
princesa de Asturias. Lo cierto es que la que aparece es una mujer joven,
moderna y en contradicción y a un tiempo aceptación de su papel. Seguramente,
muy como debe ser ella. Y si es así, un acierto de Campos, porque no es un libro que haga la pelota a nadie. Y no
escaquea, desde la difícil perspectiva asumida, desde la voz de la princesa,
los escabrosos temas que han martirizado este año a la familia de Juan Carlos I.
Hay muchas perspectivas posibles para hablar
de tele y libros. Otro día, más.
- Ediciones anteriores de 'Lágrimas de cocodrilo'