Alguien
definió a España como un país en el que lo único que se oye es el run-run de la
mayoría silenciosa. El resto, la minoría esa, da la callada por respuesta,
existiendo, como es evidente, muchas definiciones del término 'callada': está
la del político que no admite preguntas y la del que, admitiéndolas, responde
con vaguedades; está la del corrupto que huye en las sombras, la del hombre-importante
que se calla emitiendo discursos majestuosos en los que se percibe la nada en
el fondo. Pero el silencio, el oficial y el oficioso, es siempre clamoroso. La España muda es una nación
que necesita demasiadas explicaciones, toneladas de debate con luz y
taquígrafos. Y no los tiene.
Claro
que siempre se pueden empeorar las cosas creando sustitutos del silencio para
que todo siga en la penumbra. Ya lo decía
Churchill: cuando quieras que algo no
se averigüe, crea una comisión oficial para investigarlo.
Azaña, que era casi
tan cínico como el viejo zorro británico, nos dejó otra perla que, en el fondo,
significa lo mismo: si quieres mantener algo en secreto, publícalo en un libro.
Y, ya que voy de citas, recuerdo un pasaje en el que
Oscar Wilde nos presenta a
alguien insultando a su interlocutor en un cóctel, sin que este último se
entere: está demasiado ocupado mirando a su alrededor en busca de otras
personas más interesantes para él que quien le está hablando y, así, no presta
atención a lo que se le dice.
Muchas
veces, el silencio se envuelve en palabras. Muchas dijo
Mariano Rajoy, sin
micrófonos indiscretos, a los periodistas que le han acompañado en su viaje a
Perú y Chile, pero ninguna, a mi entender y hasta donde se me transmite, digna
de ser esculpida en mármol; como ocurre con la comisión de Churchill, él espera
a la investigación interna en su partido antes de pronunciarse sobre los
escándalos de corrupción derivados de la 'trama Bárcenas'. Y, en el PSOE,
espeso silencio ante el divertido escándalo que ha sacudido a la fundación
Ideas, que sin duda las tiene, pero ocultas. Al menos, en este asunto.
Y,
así, esta España inexplicada es propiedad de quienes no se atreven a salir a la
luz con alternativas, con ideas nuevas, con sugerencias que sean al menos un
poco políticamente incorrectas. Si, por ejemplo,
Rubalcaba dice que hay que
cambiar la Constitución,
no falta quien le espete: "haberlo dicho antes, cuando tú mandabas", con lo que
se pretende anular la iniciativa, tan necesaria por otro lado. Si alguien en el
PP propone crear una comisión anticorrupción, del lado socialista le achacan
una voluntad engañadora. Suponga que un banquero o un importante empresario
catalán dice que no quiere rupturas, que por qué no se negocia de una vez un
cierto pacto fiscal dentro de un clima de concordia; encontrará usted voces
que, de un lado y otro, dicen al iluso que se meta donde le llaman y que
zapatero a tus zapatos.
Y es que solamente hay una cosa peor que una España
muda: la España
de Babel. Pues entre una y otra estamos.
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