jueves 24 de enero de 2013, 14:29h
La
declaración de soberanía de Catalunya es muy clara. No juguemos con las
palabras. Fue proclamada solemnemente en su Parlament por una amplia
(¿insuficiente?) mayoría de votos. Esto son los hechos, lo demás es literatura,
política o jurídica,
Lo
que se sometió a votación, era esencialmente esto: la soberanía Es decir, el carácter de "sujeto político y jurídico
soberano del pueblo catalán". Lo del "derecho a decidir" era el anzuelo para pescar adhesiones. ¿A
quien no le gusta que se le reconozca su "derecho a decidir" cualquier cosa en
la vida ordinaria? Pues en mayor medida, si cabe, en la vida pública. Este
anzuelo de los promotores -CiU y ERC- funcionó a medias en el parlamento
catalán, pero tiene mucho gancho en la opinión pública, sobretodo si se mezclan
sentimientos identitarios e intereses económicos; más, en tiempos de grave
crisis.
Por
esto, antes de la reunión, en la sesión parlamentaria y después de esta, se ha
insistido, y se insiste, sobretodo en "el derecho a decidir", y no tanto en la
proclamación de la soberanía, que comporta en sí misma la declaración
anticipada de la independencia. En cambio, "el derecho a decidir" es más
amplio, más democrático, pues permite diversas decisiones posteriores; no
prejuzga nada en concreto. De aquí el forcejeo, los juegos malabares y los
cambios en la redacción -poco afortunada- del texto a votar.
En este anzuelo no quiso picar el Partido Socialista de
Catalunya, PSC, pese a importantes discrepancias internas del partido, como se
manifestó con las cinco clamorosas abstenciones, tan aprovechadas por sus
adversarios. Por encima de la hábil argumentación empleada, por el president
Mas y las más rotundas expresiones de su socio republicano, Junqueras, estaba
muy claro en el texto lo que se votaba: "la Declaración de soberanía y el derecho a decidir del pueblo de
Cataluña". Aunque, en realidad, "el derecho a decidir" -en el que
estratégicamente se pone el acento- ya va implícito en la "declaración de
soberanía". Un pueblo soberano tiene, lógicamente, el derecho a decidir lo que
quiera.
El
PSC, de Pere Navarro, está a favor del "derecho a decidir" porque esto permite
decidir entre distintas opciones. Y ya ha anunciado repetidamente que, en su
caso, se pronunciaría por el "no" a la independencia. No es una formación
política independentista, pero sí catalanista, a diferencia del Ciutadans y el
PPC, que son catalanes autonomistas. Pretender alinearlos, como maliciosamente
se hace, no es correcto; es una forma de presionarlo.
Esta
"Declaración de soberanía" podrá no tener efectos jurídicos, como ha declarado,
por parte del Gobierno, el ministro Margallo. Por ahora, al menos. Pero es
evidente que tendrá efectos políticos claros. Los "efectos jurídicos" podrán
venir después, a largo plazo. Busca su fundamento en el llamado "principio
democrático" de los pueblos y naciones a pronunciarse y escoger, si pueden, su
posición própia en el mapa político general. Y sus consiguen el suficiente
reconocimiento político internacional, sus pronunciamientos pueden llegar a
tener "efectos jurídicos".
Esta
es la vía, arriesgada, que ha elegido, en su "proceso", el soberanismo catalán.
Choca frontalmente, es cierto, con las vías "constitucionalistas", o de respeto
del marco legal vigente en el Estado democrático surgido de una Transición
pactada (también con los nacionalistas) y plasmada en una Constitución
refrendada muy masivamente (un 80 por ciento en Catalunya) por
el pueblo. Una Constitución nacida, es cierto, en unas determinadas
circunstancias muy condicionantes y superada por los cambios en una sociedad
que ya no es igual a la que la alumbró. Aquí está el "qüid" de la cuestión.
Se
busca definitivamente -sin precipitaciones peligrosas- una reforma o adecuación
del texto constitucional a las nuevas circunstancias, en aquellas demandas
verdaderamente relevantes y justificadas, o por el contrario petrificamos el
"marco legal" vigente y vemos como estas demandas empiezan a abrirse vías al
margen de la legalidad, intentando -con más o menos razón- encontrar un -a su
juicio- mejor acomodo. Es la disyuntiva que se plantea.
Estas
son las dos vías o caminos para una pacífica convivencia. Otra vez, ante el
dilema: reforma o ruptura. Como se hizo, con generosidad y altura de miras, en
la Transición política, también ahora, en el diálogo sincero y honesto y en una
visión de interés general y no partidaria, habría que encontrase la solución de
compromiso.