Nos hacen falta la risa y la sonrisa para aguantar los tiempos que nos tocan. Y les hizo falta a los que nos precedieron. Por eso se reeditan periódicamente autores que, como Saki, nos dan una mirada inteligente y aguda sobre su mundo.
Saki es un autor de ida y vuelta, uno de
los que fundaron el humor británico victoriano, es decir, el humor inglés a secas. La editorial
Navona acaba de publicar sus Doce cuentos
malévolos, con sus gotas negras, su
elegancia, que para nosotros es mucho más críptica que para sus contemporáneos,
y esa manera de no decir las cosas, simplemente aludir a ellas. Y el ingenio,
un poco forzado, nos parece ahora, en tiempos de astracán y sal gruesa: no hay
más que leer las revistas que más circulan por las redes -y por los kioscos-,
la veterana El Jueves o la mucho más
nueva Mongolia, para ver las
diferencias. Y sin embargo, algo tienen qué ver. La risa, o mejor la sonrisa.
Amargas.
Saki es el seudónimo de Hector Hugh Munro, un ciudadano del
imperio nacido en Birmania, en 1870, y muerto de un tiro en la cabeza en una
trinchera francesa, en la Primera Guerra Mundial. Un poco más joven que P.G Wodehouse (1881) , pero casi de la
misma edad que Chesterton (1873),
forma parte de la trinidad santa del
humor inglés que tanto gustaba a Borges.
Borges tenía la elegancia suprema de los que reconocen y enaltecen sus fuentes,
y tenía muchas, y se encargó de publicar y popularizar a Saki. Y lo digo aunque sé que las cenizas de ambos pueden
revolverse en sus tumbas ante la palabra "popularizar".
El de Saki es un humor aristocrático, que nos
dice mucho sobre la sociedad de su momento, porque continuamente tiene
referencias a la actualidad rabiosa de los días en que se escribió. Y si
algunos hechos continúan en la memoria colectiva, otros se han quedado en el
olvido. Espectáculos famosísimos en su momento, libros de los que todo el mundo
hablaba, personajes que acaparaban las portadas.....Hasta lugares comunes, como
el carácter de las primas del campo, las conversaciones de kermesse, o esa
terrible afición a los dulces -del marron
glacé a las pastas más o menos crujientes- que ahora están prácticamente
desterrados de la vida social. Vivimos
la moda de los premium y lo salado....Menos
mal que unas notas sabias y escuetas le ponen a una en antecedentes.
Y es que el
humor es lo que tiene, que da muchísimo por sobreentendido. Justo ahí está la
gracia. Si fuéramos a la hemeroteca a revisar números de La codorniz, o de Hermano
lobo, seguro que los más jóvenes necesitarían notas explicativas... porque ya
no estamos en la misma España. Y en unos años -esperemos!- les pasará lo mismo
a los que lean Mongolia, con la que
ahora nos partimos de risa. Que también son ganas, porque a lo que se refieren,
como las historias de Saki, es
realmente penoso. Ahora, de la corrupción, la crisis económica y el
desprestigio de la política, a las conductas y usos amorosos de los personajes
más conocidos, por suerte o por desgracia. Pero para eso está el humor: para poner
en solfa lo espantoso y lo ridículo, y también, para soltar tensiones. Del
drama a la risa, o la tragicomedia.
La verdad es
que nos hace falta reírnos, dicen que la risa corta los ataques de ansiedad, y
no hay tantas oportunidades, en este invierno gris y frío. Y eso que con sólo
leer la composición obligatoria de algunos productos que consumimos cada día, o
los manuales de instrucciones de cualquier aparatejo electrodoméstico, por así
decir, hay materia..... Una guía curiosa para hacerlo nos la da el joven
humorista -y mago- Luis Piedrahita en
su "libro sobre la letra pequeña" titulado El
castellano es un idioma loable, lo hable quien lo hable, que acaba de
publicar Planeta. Este colaborador de El
hormiguero -yo prefiero El
Intermedio, y somos bandas irreductibles- ha encontrado verdaderos filones.
Pero sin saber que han sido traducidas de un inglés que macarroneaba el chino....
Lo dicho. El humor no es inmortal.
Aunque hay veces que es literatura. Véase, Saki, que es absolutamente adorado por Tom Sharpe -y con este sí que no puedo
evitar la carcajada. Ahora saca Anagrama en bolsillo La herencia de Wiltt, que recomiendo vivamente. Está a la
distancia justa para que la risa no se te congele.
- Ediciones anteriores de 'Lágrimas de cocodrilo'