En la Grecia del siglo VII. a.C.
se vivió un desarrollo de la lírica sin precedentes que autores como F. R.
Adrados han considerado revolucionario.
En esa época se multiplicaron las ideas y el arte se transformó, comenzando a
existir incluso concursos musicales de carácter internacional. Este cambio tuvo
una sólida base económica: los griegos aumentaron su riqueza con la
colonización del mediterráneo, intensificaron sus relaciones comerciales y, a
través de Egipto, descubrieron el papiro, que permitía recoger los poemas por escrito sin demasiado coste.
De la relación entre la cultura y
la economía nos habla también Virginia Woolf en A Room of One's Own, cuando nos recuerda que para escribir novelas
se necesita dinero y una habitación propia.
Y es indudable que, por
desgracia, así es; la cultura no está tan desligada de la economía como su
carácter espiritual sugiere y no cabe duda de que una crisis tan prolongada
puede tener consecuencias muy negativas para nuestra vida cultural.
No soy economista y quizá me
equivoque, pero las noticias que leo cada día me invitan a pensar que estamos
asistiendo a una redistribución regresiva de la riqueza, concentrándola en
menos personas y aumentando las diferencias de renta entre los más favorecidos
y los menos. En este contexto, parece también que los agentes
que intervienen en el mercado cultural están sufriendo pérdidas generalizadas. En consecuencia, de seguir así, cada
vez habrá menos productoras de cine, menos editoriales y librerías, menos
galerías de arte, menos periódicos y emisoras de radio que hablen de cultura.
Conviene reflexionar sobre el
coste real de lo que todo esto supone. Con cada productora que se hunde y cada
librería que cierra; cuando una editorial deja de existir o un grupo de teatro
no logra estrenar, desaparece una forma singular de ver el mundo.
Y quizá tengamos que renunciar a
los anaqueles repletos de la librería escondida que nos descubre autores maravillosos
y difíciles de encontrar; y quizá deje de haber grupos de música que se puedan
sentir como propios al hablar con emoción de ellos a los amigos, que de nuestra
boca escuchan su nombre por primera vez.
Sobrevivirán los más ricos, pero
a lo mejor nos cansamos de lo que nos ofrece la bandeja de plata de las grandes
campañas de publicidad, por muy bueno que sea.
El hombre es un ser social que
también necesita de la singularidad. Y con la muerte de propuestas culturales
cada vez hay menos ideas revoloteando a nuestro alrededor para que los cojamos
al vuelo como a un diente de león destinado a alimentar nuestra especificidad.
Entonces seremos menos ricos y también menos libres. Tenerlo en cuenta es
importante.
En El martirio de San Mauricio y la legión tebana, El Greco perdió
irremisiblemente el favor de Felipe II al no aceptar el monarca su
revolucionaria expresión de la muerte del Santo, y si no llega a ser por los
muchos clientes que encontró en Toledo, quizá poco más sabríamos de él. Y es
que al final, es cierto eso de que en la variedad está el gusto.
Javier Rodríguez
Alcayna
Escritor
http://javierrodriguezalcayna.wordpress.com