No
está escrito en sánscrito, pero es como un mantra reciclado del budismo
o del hinduismo:"la culpa es de la herencia recibida". Y aunque no
detiene la caída en estimación popular del Gobierno ni oculta los
desmanes de gestión de muchos presidentes autonómicos y alcaldes del PP
en el pasado más inmediato, su sola invocación sirve para frenar
cualquier atisbo de recuperación del PSOE. Cada vez que
Alfredo Pérez
Rubalcaba sube a una tribuna a denunciar y criticar los recortes de
Rajoy funciona el inconsciente colectivo. El mismo político, en las
mismas tribunas, justificaba hace poco más de año y medio "por
responsabilidad" los recortes de su presidente,
José Luis Rodríguez
Zapatero, de quien era mano derecha y portavoz. El personal le resta
credibilidad, aunque aquellos recortes, pomposamente calificados
entonces por Rajoy como "los mayores de la democracia", son hoy un juego
de niños comparado con el austericidio impuesto por el presidente
popular desde la Moncloa.
El
mismo carácter sagrado, la misma invocación a la divinidad que el
mantra anterior parece atesorar otra frase: "hay que defender la unidad
de España". El PP se ha quedado solo en invocarla. Los socialistas, tan
autores y responsables de ese principio constitucional como los
populares, se encuentran, sin embargo, maniatados por la errática y
fracasada política de su hermano menor, el PSC. Y tampoco en este caso
tienen credibilidad para unirse al frente antiseparatista en el resto de
España.
Los
socialistas catalanes han quedado atrapados por la su deriva
soberanista de
Artur Mas e intentan sacar la cabeza contestando a la
ensoñación independentista de CiU y ERC con otro cuento igual de
imposible. Si Mas fabula con el país de nunca jamás, una imaginaria
tierra prometida de una Cataluña independiente en Europa, el cuento de
Pere Navarro, el líder del PSC, es prometer que luchará por hacer legal
un referéndum de imposible legalidad en el que, además, pretende
garantizar que los ciudadanos voten no a la separación.
Para
salir del atolladero la única ocurrencia de Rubalcaba es balbucear que
van a estudiar una reforma constitucional que convierta España en un
estado federal. Algo que la gente no entiende y si no se explica bien
suena a hacer un estado solo a la medida de Cataluña. El secretario
general de los socialistas, que es un experto en comunicación, sabe
perfectamente que ante el desafío independentista solo caben dos
respuestas: o sí o no. Exactamente el no que firmemente pronunció a
puerta cerrada en el comité federal del sábado ante el barón catalán,
Pere Navarro. Pero que luego queda diluido, como en la rueda de prensa
posterior, con la propuesta de trabajar en el dichoso estado federal. Es
verdad que la respuesta más racional ante el cúmulo de desencuentros
con Cataluña será finalmente negociar y desarrollar o cambiar las leyes,
Constitución incluida. Pero ahora, ante la declaración de soberanía que
se prepara en el Parlament para el día 13 y ante la llamada consulta,
la respuesta solo puede ser una y sin matices: no. Y el PSOE, en su
conjunto, no puede darla.
Javier
Arenas, que será incapaz de ganar ninguna elección popular pero de
política sabe un rato, ahondó el fin de semana en la herida. Con gran
oportunismo ofreció al PSOE un pacto de Estado para defender la unidad
de España. Es un pacto que la inmensa de los ciudadanos respaldaría pero
que los socialistas no pueden hacer suyo salvo que decidan romper con
el PSC y abrir una sucursal propia en Cataluña. El candidato a ministro
popular puso en escena el guión elaborado en Génova para aprovechar al
máximo el desafío de Más. El PP se envuelve en la bandera constitucional
y fomentará la confrontación con los nacionalistas para evitar que el
debate nacional se centre en el paro, los recortes o las privatizaciones
que preparan o de las que se benefician sus correligionarios en muchos
puntos del país. Y de paso volver a coger al PSOE con el pie cambiado.
Es la salida estratégica ante la adversidad, la forma de utilizar lo
poco de favorable que puedan tener los acontecimientos y de aprovechar
la debilidad del rival.
El
único logro de Rajoy en su annus horribilis en la Moncloa ha sido haber
eludido el rescate europeo. Todo lo demás ha ido en su contra: promesas
incumplidas sin cuento, paro insufrible, una economía ahondando en la
recesión, la calle incendiada por las protestas y las huelgas, una
pérdida de imagen y estimación de voto alarmante y un clamor mayoritario
de los ciudadanos contra la corrupción, los políticos y contra las
instituciones.
Pero
hay una red protege a Rajoy en su caída libre y es la que tensa el
PSOE con su inoperancia. Los socialistas no recogen en las encuestas
casi nada del mucho apoyo popular que pierde el PP. Rubalcaba intenta
mantener el tipo y arenga a los suyos lanzando el mensaje de que hace
un año estaban peor. Pero sabe perfectamente que 13 meses después de su
catástrofe electoral ni siquiera atisban un poco de luz en medio del
túnel. El comité federal le ha aprobado una hoja de ruta con un año de
gracia para rehacer la alternativa socialista y supuestamente, unos
meses más, para consagrarse como líder o ceder el paso a un recambio.
Ni el debate interno ni la catarsis programática le servirán de nada si
no gana credibilidad en sus críticas a las políticas contra la crisis
del PP y en su respuesta al independentismo del Gobierno de la
Generalitat. Y no está nada fácil.
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