Este año, el mensaje real fue más incisivo que nunca en lo
referente a la necesidad de instalar una ética y un espíritu de servicio nuevos
en la política española. "Quiero reivindicar la política grande, con mayúsculas",
dijo Don Juan Carlos, en lo que bien podría interpretarse como una cierta 'bronca'
a la clase política
"No todo es economía", dijo el Monarca tras
referirse al pesimismo derivado de una crisis que ha generado la desconfianza
de la ciudadanía, y abonando que esta cfrisis es, fundamentalmente, política. Pero,
añadió, "no ignoro que la política no vive hoy sus mejores días". Luego,
con menos que veladas alusiones al cortoplacismo, a la necesidad de instaurar
el respeto mutuo y la lealtad recíproca, sugirió la necesidad de cambios: "frente
al pesimismo y al conformismo, cabe una puesta al día", si bien no quiso
entrar a detallar más a fondo las reformas que, a su juicio, hay que
introducir.
Ni siquiera de pasada habló, en la jornada que coincidía con
la toma de posesión de Artur Mas, de la crisis provocada por la marcha hacia el
soberanismo de la
Generalitat de Cataluña, ni de otros problemas concretos y
puntuales que han sacado a la calle a no pocos españoles. Tampoco defendió la
integridad de la
Constitución, como hizo en ocasiones anteriores; puede que la
alusión a la 'puesta al día', vagamente expresada, se refiriese a
posibles ajustes en la Carta Magna;
pero eso puede que sea ir demasiado lejos en la interpretación y, en todo caso,
las fuentes de la Casa
del Rey no alientan demasiadas hipótesis.
Resulta difícil afirmar que el de este año fue un mensaje más,
semejante a otros muchos anteriores en los que se pedía unidad a la clase política.
Pero también sería excesivo decir que fue un parlamento rupturista y muy
innovador. Una vez más, quien tenga que tomar nota, que la tome. Pero, a mi
entender, el discurso que se esperaba del Rey debería haber ido algo más allá,
no solamente en el reproche, sino también en la sugerencia de cambios.
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