martes 18 de diciembre de 2012, 08:00h
La masacre de 27 personas,
incluidos 20 niños, en una escuela
primaria de Newtown, ha sumido a los Estados Unidos en luto
nacional, pero como ha sucedido otras
veces, una vez pasado el luto, todo seguirá como siempre.
Esta es
la gran paradoja norteamericana, si un ciudadano quiere comprar un medicamento para el catarro tiene que
mostrar la receta médica, pero para comprar un rifle automático no necesita
acreditación, incluso lo puede adquirir por Internet.
En Estados
Unidos se producen al año unas 30.000 muertes por armas de fuego. Es como tener
su propia guerra en casa. Pero la Segunda Enmienda de la Constitución consagra
el derecho a las armas y nadie se atreve a eliminarla, debido a las presiones
de la industria armamentística, una de las más poderosas de Norteamérica.
Gracias a sus ingentes contribuciones a los partidos políticos, esta industria
sin escrúpulos consigue esta asombrosa permisividad. Una vez más, el poder
político cede ante el brazo armado y el negocio de la muerte.
Sin
embargo, la verdad es otra: Una sociedad sin rifles ni pistolas es una sociedad
feliz, porque en realidad no está desarmada, sus verdaderas armas son los
valores humanos. Mientras disparar sea un ejercicio cotidiano, difícilmente se
puede desear paz a los hombres de buena voluntad.