martes 04 de diciembre de 2012, 14:46h
Ciertos personajes públicos parecen convencidos de dirigirse
a una ciudadanía de estúpidos cada vez que se suben a un púlpito o se ven
rodeados de periodistas. Deberíamos advertirles de tal error y exigirles que no
confundan la imbecilidad con la paciencia infinita.
Pongamos por caso el de José Ignacio Goirigolzarri, elegido
para reflotar Bankia por el mismo dedo que escogió a los irresponsables que
arruinaron la entidad. El presidente de la antigua Caja Madrid ha manifestado
que la banca que dirige es "una institución solvente". Yo no me atrevería a
calificar de solvente una empresa a la que se van a prestar dieciocho mil
millones de euros, convertibles de inmediato en deuda pública apuntada en el
debe de todos los españoles; una
compañía que se ha quedado con el cuarenta por ciento de las imposiciones de
miles de pensionistas invertidas en ese corralito impresentable llamado
preferentes; una empresa que debe despedir a seis mil empleados y cerrar un
tercio de sus oficinas. Si una coyuntura como la descrita se puede calificar de
solvente, estamos todos salvados. "Por el mar corren las liebres, por el monte
las sardinas...", así se cantaba en el patio del colegio.
Apuntemos en la lista a José Ángel Gurría, responsable de la
OCDE, otro de esos organismos consultivos al servicio del capitalismo
internacional. No contento con las durísimas medidas que padece ya el pueblo
soberano español, nos propone ahora empequeñecer aún más los salarios, despedir
a los que aún conservan su trabajo pagándoles todavía menos, anular gran parte
de la normativa que regula las jubilaciones anticipadas y otras lindezas por el
estilo. Este latino, de sangre espesa y verborrea abolerada, puntualiza que no
habla de suprimir los derechos sociales de los trabajadores, según él se
trataría de estimular el apetito de los contratadores. El señor Gurría sabe de
la voracidad rampante de la derecha europea, representante de un empresariado
glotón, que peca capitalmente de la gula más reprobable, sentado a la mesa para
devorarse lo que queda del estado del bienestar, y que no precisa de más
estimulantes para cenarse los restos del festín social y defender, si fuera
necesario, el esclavismo. Entonces, según el señor Gurría, se contrataría
muchísimo más, incluso podríamos levantar nuevas pirámides, en una de las
cuales se enterrarían los restos mortales de la señora Merkel. "Salí de mi
campamento, salí de mi campamento, con hambre de seis semanas..." Recitaban los
niños de memoria en el parque de la
esquina.
Aunque podría acordarme de algunos nombres más, les propongo
el de Oriol Junqueras. Hablamos del último de los secretarios generales de
Esquerra Republicana, una silla caliente de la que se han caído muchos de sus
predecesores, y de un partido que se infla y se desinfla electoralmente como si
se tratara de un globo. El diputado Junqueras se ha comprometido a estabilizar
el futuro gobierno de Artur Mas sin dejar de ser el líder de la oposición, y se
ha quedado tan pancho, como si todos los catalanes que le han votado fueran
tontos. Creíamos que incumplir el programa con el que se había ganado unas
elecciones, aislarse de la sociedad que justifica la existencia de los partidos,
o llevárselo crudo de la caja pública eran las corrupciones más detestables del
sistema. Ahora sabemos que también se pueden intercambiarse los papeles en una
democracia parlamentaria, de tal forma que la oposición sirva también, y
fundamentalmente, para consolidar al oponente político y compartir con él unas
medidas que siempre combatió. Se engaña a los votantes y se transforma una
cámara de representación popular en el escenario de una astracanada infame.
Seguro que el señor Junqueras recuerda la cancioncilla que recitaban de memoria
los escolares de su pueblo: "Me encontré con un ciruelo cargadito de
manzanas...Vamos a contar mentiras tralalá".