lunes 03 de diciembre de 2012, 08:27h
Decía mi admirada Hannah Arendt que el término ideología está emparentado con
el concepto de idea lógica, con la lógica de una idea. Para ilustrar su
pensamiento la pensadora republicana ponía el ejemplo del nazismo y del
stalinismo, si el nazismo definía a los judíos como una raza enferma, los campos
de exterminio aparecían por deducción; si el estalinismo definía a la pequeña
burguesía como una clase decadente, el gulag aparece como una consecuencia
lógica, por más irracional que fuese.
El neoliberalismo ha conseguido establecer algunas ideas, valga la
redundancia, ideológicas. Si uno acepta que la gente cuida mejor lo suyo que lo
ajeno, a partir de ahí, la deducción (ideo)lógica lleva a privatizar el Estado
del Bienestar. Si uno acepta que la sociedad no puede sostener la sanidad
pública, entonces (ideo)lógicamente se deduce que cada uno debe pagarse la suya.
Si uno acepta que encarecer los medicamentos hace que reduzcamos la demanda, por
puro pensamiento (ideo)lógico se termina imponiendo el copago sanitario. Da
igual que alguien advierta que uno no compra las medicinas que quiere, sino las
que le manda el médico y que, por tanto, la demanda de medicinas no la realizan
los pacientes, sino los médicos. La ideología, advertía Hannah Arendt, se
sustenta sobre la coherencia interna de las ideas, no sobre la coherencia de las
ideas con la realidad.
La realidad es que la sanidad pública española es una de las mejores del
mundo, y eso significa que nuestros médicos y personal sanitario son de los
mejores del mundo. La realidad es que en un hospital público español se hacen
transplantes de corazón con la misma técnica y con los mismos resultados que en
los mejores hospitales privados de Estados Unidos. La realidad es que en España
si la persona que necesita el transplante es un conductor de autobús se le trata
igual que si es un rico empresario, y en Estados Unidos no. La realidad es que
hay capitales que han visto en nuestra sanidad pública una gran oportunidad de
negocio.
Desde hace más de una década la derecha de Madrid se ha convertido en la
vanguardia de la derecha española, y ahora está en la vanguardia de la
privatización de la sanidad pública. El personal sanitario de la Comunidad de
Madrid ha reaccionado frente a la privatización de manera ejemplar. Hace ya
cierto tiempo, una amiga médico, malagueña afincada en Madrid, me advirtió de la
estrategia privatizadora. Una estrategia que recuerda al cuento sobre la carta
robada de Edgar Allan Poe. La carta resultaba invisible porque estaba en el
sitio más visible, justo donde a nadie se le ocurriría buscarla. Por ejemplo, ¿a
quién se le ocurriría buscar privatizadores de la sanidad, en el entorno de
presidentes autonómicos capaces de reducir el número de parlamentarios de sus
parlamentos autonómicos, o la dedicación de los mismos a su labor? Pues bien, es
ahí, en el sitio más evidente, es decir, entre los que más interés tienen en
ahorrar en democracia, donde más habrá que vigilar que no nos roben la sanidad
pública.