lunes 03 de diciembre de 2012, 07:56h
Felipe esta fondón. Parece como sí hubiera ganado un kilo por cada uno de los años transcurridos desde aquel histórico 1982 en el que llegó
a Moncloa "acojonado", como hoy ha reconocido. Rubalcaba, no. Incluso puede
estar más delgado que en aquel
entonces. Pero con menos pelo y la barba más encanecida. Y abajo, en
primera fila reservada a las celebrities socialistas, había algunos ex ministros y ex ministras a los que costaba
reconocer porque los años han dejado una huella implacable
en su aspecto. A todos menos a María Teresa Fernández de la Vega, con un permanente nuevo look, más adecuado para salir en la portada de Vogue que de entrar
todos los días en su despacho del Consejo
de Estado. "Gracias Felipe" era el lema empleado por el PSOE que
homenajeaba a su primer presidente de Gobierno en esta democracia, aunque en el
fondo intentaba darse un homenaje a sí mismo, del que anda muy
necesitado. Cuando apenas se tiene presente y el futuro es más que incierto, se hace imprescindible volver al pasado, al
tal como éramos, vivir un rato de los
recuerdos para evadirse aunque sea un solo instante del decepcionante día a día.
Se ha rememorado al malogrado Ernest Lluch y
a su ley de Sanidad, que trajo a este país la asistencia universal, pública y gratuita que ahora corre peligro. Muy cerca de su
silla vacía, solo ocupada por una rosa,
se sentaba José María Maravall, el ministro que hizo también universal y gratuita la enseñanza obligatoria. Mientras Felipe, en plan abuelo cebolleta
del socialismo español, y Rubalcaba, ejerciendo de
supuesto alumno aventajado, debatían de forma interminable en el
escenario del Palacio de Congresos y Exposiciones, los periodistas que libramos
nuestras primeras batallas en aquellos locos finales de los setenta e inicios
de los ochenta nos mirábamos también melancólicos constatando que el tiempo también nos ha dejado su rastro, no solo en kilos de más, cabellos de menos o mas emblanquecidos.
También en capacidad de sorprendernos o de motivarnos. Aquel 2 de
diciembre de 1982 parecía preñado de ilusiones pero era también prisionero de múltiples incertidumbres. Muchos
nos preguntábamos con cierta angustia si permitiría de verdad la entonces reciente Constitución la alternancia del poder, del centro derecha al socialismo.
¿Podría reinar Juan Carlos con un gobierno de republicanos
confesos? ¿Volvería el ruido de sables y se repetiría el golpe de Estado? ¿Dejaría ETA de matar? Fueron años
de vivir peligrosamente, a ritmo frenético, en el que los más inexpertos gobernantes intentaban copiar las leyes y los
logros económicos y sociales de la
socialdemocracia europea utilizando los vericuetos de una Constitución novata a la que se ponía
a prueba en cada debate parlamentario y en cada decreto publicado en el BOE.
Aquella larga aventura de Felipe y los suyos le dio al PSOE trece años de éxito, sacó del aislamiento al país hasta meterlo en Europa y
convirtió el estado de beneficiencia en
que vivíamos en el estado de bienestar
que hasta ahora hemos disfrutado. También nos dejó la peste de la corrupción
y de la guerra sucia contra el terrorismo. La democracia había mejorado la vida de todos nosotros aunque había empezado a cobijar a quienes utilizaban los fondos públicos para engrosar sus cuentas corrientes. También era incipiente una nueva clase política demasiado profesional, acaparadora de muchos
privilegios y que empezaba a distanciarse del sentir de los ciudadanos. Treinta
años después, el partido que acaparó
el más inmenso poder después de la muerte de Franco se lame sus heridas recordando
tiempos mejores que jamás volverán e intentando buscar como detener su caída libre en la estimación
popular. Felipe avisaba a los suyos este domingo de la inmensa dificultad del
momento y denunciaba un "deterioro gravísimo de la credibilidad de la democracia, de las
instituciones y de los políticos".
Así parece difícil salir del agujero, cuando encima solo ha transcurrido
un año desde que los electores les
han dado la espalda y los socialistas parecen incapaces de aprovechar ni uno
solo de los desencantos que está generando Rajoy. Tienen claro
que deben defender con uñas y dientes el estado del
bienestar creado por las políticas de Felipe González pero no saben como hacerlo para que la gente se lo
crea. Los nuevos periodistas de la segunda década
del siglo XXI que escuchaban aburridos
esta mañana la interminable charla a
dos de Felipe y Rubalcaba, mas el minuto de gloria improvisado para Zapatero,
aguardaban impacientes una idea, una iniciativa del viejo y el nuevo PSOE para
anunciar en sus twits y en las home de los digitales que este partido empieza a
buscar soluciones. Se han tenido que conformar con una recomendación del viejo zorro socialista a sus compañeros: "no pierdan el tiempo en
discutir si hacen una debate sobre las ideas, ¡pongan
una sobre la mesa!" Será que en 30 años se han perdido todas y que
de momento solo vive de los recuerdos.