Celebramos esta semana otro aniversario, el 34, de la
entrada en vigor de la
Constitución. No es, pienso, otro aniversario más: hay que
hacer ya cosas que deberían haberse completado hace años. Reformar la Constitución, para
que nuestra Carta Magna siga regulando las relaciones entre los españoles, ya
no es solo conveniente: es urgente.
Con los titulares de los periódicos centrados en buena parte
en las 'recuperadas' figuras de dos ex presidentes del Gobierno; cuando
alguna encuesta radiofónica dice que el mejor presidente de la democracia fue
aquel
Adolfo Suárez a quien tanto se denostara cuando mandaba; cuando, una
semana después de las elecciones catalanas, todos se interrogan, desde ambas
orillas, estupefactos, sobre lo que conviene hacer; cuando tantos colectivos,
afectados por las reformas, salen a la calle, con los bolsillos vacíos, a
protestar...Cuando todo esto ocurre, no cabe más remedio que reconocer que
hemos entrado -hace más de un año, de hecho-- en una segunda transición. Y
que hay que saber afrontarla con la misma decisión con la que aquellos hombres
y mujeres de UCD, del PSOE, de IU, del PNV y de CiU -sí, también del PNV
y de CiU--, de Comisiones Obreras y de UGT, de la patronal y de La Zarzuela, supieron
hacerlo.
Y no creo que
Fraga fuese mejor que
Rajoy, ni
González mejor
que
Rubalcaba; ni
Arzalluz que
Urkullu, ni
Nicolás Redondo que
Cándido Méndez,
ni
Marcelino Camacho que
Toxo, ni...Bueno, claro que
Pujol era una cosa y
Artur Más, muy otra, pero entonces andaba por allí un tal
Miquel Roca, a quien
no hemos oído una sola palabra en el caótico proceso secesionista impulsado por
su partido, Convergencia, y ahora solamente tenemos a
Josep Antoni Duran, que
ha emborronado su trayectoria con el seguidismo a su 'líder'.
Uno tiene que reconocer que se repite: reviso algunas cosa
que publiqué a estas alturas del año pasado, y del antepasado, y siempre
acababa suponiendo que el mejor homenaje a la Constitución democrática
era, es, mejorarla actualizándola. Aventuras como la del Estatut de Catalunya,
que puede que haya sido necesario -yo creo que todo el proceso fue un
error, pero ya no vale lamentarse--, pero que tiene aspectos claramente
inconstitucionales, debería llevar a la reflexión a una clase política, la
catalana y la del resto de España, y a los sindicatos, y a la patronal, y a las
instituciones, más anclados todos en los logros de la primera transición que
pensando en los retos de la segunda.
Que los mensajes más frescos que estamos escuchando estos días
provengan de
Felipe González o de
José María Aznar, dos personajes que
demostraron, con todos los errores que ustedes quieran -que vaya si los
hubo--, categoría de estadistas, también debería incitar a la reflexión a los
instalados ahora en Gobierno y oposiciones. Eso y, claro, lo que dicen las
encuestas sobre el (ínfimo) grado de confianza que la ciudadanía tiene en sus
dirigentes, del PP, del PSOE y de todas las demás formaciones. Los españoles
están patentemente desconcertados y desnortados, buscando a alguien que les
hable de soluciones posibles, de nuevas ideas y en un nuevo lenguaje. Mal asunto
que haya que volver los ojos a quienes ya ejercieron el Gobierno y ahora, solo
ahora, reaparecen, tras un fructífero y rentable paréntesis, para gritar diagnósticos
evidentes: esto no va bien.
Pienso que la Constitución de 1978 sigue siendo, como las
premisas de la democracia, libre, justa y benéfica. Pero, como las 'leyes
viejas' peneuvistas, se ha quedado anticuada en algunos aspectos, muy
señaladamente en el territorial. La verdad es que he echado de menos, a la luz
de las elecciones (tan mal) anticipadas catalanas, voces que se hagan esta
reflexión: ¿por qué no abrir algo parecido a un debate controlado y dirigido
por un 'think tank', quizá desde el Consejo de Estado -que para
algo tiene que servir--, que inicie algo semejante a una etapa
semi-constituyente, enumerando propuestas regeneracionistas que hagan 'El
Cambio', en vez de meros cambios?
No exagero, no, aunque entendería que los políticos
instalados en el inmovilismo, que quiero pensar que no son todos, calificasen
de 'exagerado' postular que se abra ese período semiconstituyente,
asumiendo que nos hallamos en una especie de segunda transición, en la que
tantos valores asentados desde hace, pongamos, treinta y cuatro años, están
saltando por los aires. Desde el consenso institucional y constitucional hasta
el papel de la Corona,
pasando, cómo no, por el mapa territorial de Javier de Burgos. O por la
actualmente injusta normativa electoral, que es la que básicamente sostiene el
sistema actual de partidos. O, ya que estamos, por la estabilidad de esos
grandes partidos, que ya se ve que prefieren pensar en las viejas glorias que
en el angustioso presente.
Reconozco mi simpatía, acaso más personal que política, por
Mariano Rajoy. Me ocurre lo mismo, por lo demás, con Pérez Rubalcaba. Buena
gente, patriota, honrada, que sufre lo indecible por cómo andan las cosas. Pero
no hay peor ciego que el que se niega a ver. Ellos no pueden enrocarse en eso
que llaman, piadosamente, 'prudencia'. Estoy seguro de que cuando,
el próximo jueves, el Senado acoja a los invitados a un nuevo aniversario de la
ley fundamental -la Cámara Baja
anda, también ella, de reparaciones en el taller--, no serán pocos los que
piensen, aunque no sé si lo dirán en voz alta, que hay que cambiar algo más que
algunos tornillos y varias tejas de la techumbre. Es la hora de los grandes
planificadores, no la de los fontaneros.
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