domingo 02 de diciembre de 2012, 09:39h
Artur Mas no ha sabido ser dueño de sus silencios; ahora, esclavo de
sus palabras, se ve arrastrado por su propio discurso a un pacto con ERC. Si
apuesta por ese pacto, algo tendrá que ceder en las negociaciones radicalizando
sus políticas. Arriesga con ello la ruptura con la federación más moderada, la
Unio Democràtica de Catalunya liderada por Duran i Lleida.
Ya hemos tenido un caso similar en la reciente historia de la
democracia. El del Lehendakari Carlos Garaikoetxea, otro carismático y
mesiánico líder con cara de cartel electoral. El vasco se tiró al monte en 1986
rompiendo el PNV para liderar su propia facción radicalizada, Eusko
Alkartasuna. Y todos sabemos como acabó, elección tras elección. A Garaikoetxea
los electores le retiraron de la política y EA ha terminado fagocitada por
Bildu.
Como la Historia suele repetirse para escribirse con minúscula, el PNV
revivía lo acontecido en 1930, cuando su ala más inmoderada se escindió para
formar Acción Nacionalista Vasca, también deglutida y digerida con el tiempo por
los más extremos abertzales de Batasuna, Bildu y Sortu.
Artur Mas debería haber visto las "orelles
al llop"; los electores más nacionalistas han preferido votar a los
partidos capaces de encarnar en el imaginario independentista las opciones
percibidas como auténticas, y no a un merolico embaucador de última hora,
dispuesto a vender la burra catalana a unos votantes más de vuelta de todo de
lo que parecen creer muchos políticos.
Comparando las condiciones para una escisión por tensiones
nacionalistas entre los sectores extremos y los moderados en el PNV de 1930 0
1986 con las de CiU, hoy día, se ve, con toda claridad, como una federación en
la cual ya preexisten dos partidos con dos cabezas visibles tiene mucho
adelantado en este terreno. Ya sabe Mas; tiene edad para haber visto pelar las
barbas de Garaikoetxea y debería saber lo que hay que poner a remojo para
trasquilar.