Homenaje este domingo a
Felipe González, recuerdo de una era
que constituye ya casi el único consuelo del PSOE. Homenaje a
José María Aznar
con motivo de la publicación de sus memorias. Referencias a un tiempo pasado del
que quizá, quizá, pueda decirse que fue mejor. La memoria es, en todo caso,
selectiva, y nos acogemos a los pasajes favorables de la Historia, olvidando malos
tragos y trapisondas que se nos hicieron. En cambio, el presente está ahí, con
toda su vigente y actual dureza. Y ocurre así que las calles se llenan de batas
blancas de sanitarios, de camisas verdes de enseñantes y quién sabe si, un día
de estos, de togas negras de magistrados. O de cabellos grises de pensionistas.
Ya he dicho muchas veces que pienso que, en este país tópicamente
envidioso,
Mariano Rajoy debe ser el hombre menos envidiado. ¿A quién le gusta
tener que romper reiteradamente sus promesas, la palabra dada ante los micrófonos
de la nación? Y el caso es que tengo la impresión de que, pese a la muy baja
valoración de le otorgan las encuestas (a él y, por cierto, a toda la clase política),
existe un algo de comprensión hacia la figura de un presidente maltratado desde
Bruselas, o desde Berlín, o desde Washington o desde donde quiera que los de la Comisión Europea
y el FMI trasladen su sanedrín inapelable: si dicen que no hay que revalorizar las
pensiones, pues no se hace, y aquí paz y después gloria. Lo mismo que ocurrió
con los impuestos, con las líneas rojas de la sanidad y la educación y con
tantas otras cosas: del programa electoral con el que, hace un año y una
semana, el PP y Rajoy ganaron las elecciones por mayoría absoluta, no queda ni
el recuerdo.
Con indudable humildad, Rajoy nos ha reconocido que lo que
es inevitable, es inevitable, y que a él menos que a nadie le gusta lo que no
tiene más remedio que hacer. Por eso mismo, no se entienden algunas ocurrencias
de ciertos ministros, como la subida de las tasas judiciales, o algunos
aspectos de la reforma de la Ley
del Poder Judicial, que tanto irritan a sectores concretos, que se unen a otros
que ya venían bastante enfurecidos de diversos pasajes. ¿Puede, por ejemplo, un
ministro de Justicia sobrevivir en el cargo cuando los jueces le han declarado
políticamente 'muerto'?
Muchas veces se ha dicho que la crisis, así, es más política
que económica, o que es económica precisamente porque es política. Rajoy es
maestro en aguantar lo que le echen. Pero parece incapaz de tirar del carro de
un gran pacto nacional, para el que encontraría, creo, el apoyo de bastantes
fuerzas políticas y sociales, así como de ese magma que se llama sociedad
civil, que claramente está reclamando ese acuerdo, con reformas muy de fondo,
para ya mismo. El presidente lo tiene relativamente fácil, sobre todo ahora que
hemos conocido el batacazo -aún están por ver las consecuencias- del
mesiánico
Artur Mas en las urnas catalanas.
¿Seguro que no estarían el PSOE -a ver lo que nos
dicen este domingo--, el PNV, formaciones menores como Ciutadans y quién sabe
si hasta la propia Convergencia (y Unió, no lo olvidemos), ahora que Mas es
menos, dispuestas a cerrar filas en determinadas cuestiones? Me parece que
valdría la pena intentarlo. ¿Por qué no lo hace, aunque solo sea como un regalo
de Navidad a los ciudadanos? Quizá esos ciudadanos pudieran entonces pensar que
este tiempo presente es mejor. ¿No lo cree usted así?
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