La historia
está de moda y se va escribiendo de muchas maneras. Desde la ficción es una, y
muy privilegiada. Desde la fotografía y el fotoperiodismo también. De unas y
otras traemos hoy algunas novedades que están en los escaparates de las
librerías.
Que tenemos
que conocer nuestra historia, para entendernos a nosotros mismos, y para que no
se repita, es un mandamiento de la modernidad. Sería bueno que la conociéramos
minuciosamente, y sería maravilloso si este conocimiento contuviera la
experiencia de cuantos vamos viviéndola y haciéndola, y, sobre todo,
padeciéndola. Porque en ese magma que conocemos como el imaginario colectivo, en el que es tan importante lo que sabemos de
la Historia, se alojan demasiadas ideas falsas, demasiados mitos, demasiados
cuentos. Y aunque la Historia se va desembarazando de muchos dogmas, y la
ciencia no digamos, y aunque se desenmascaran relatos interesados o
tergiversados, que han llegado a imponerse como verdaderos, esto viene a ser el
cuento de nunca acabar. Quién se acuerda ya Francis Fukuyama, y de su teoría del "fin de la Historia", que
tanto ruido hizo a primeros de los noventas?
No, la
historia sigue, vaya que sigue. Y sigue siendo narrada. No sólo por los
historiadores, sino por esos otros testigos vivos que recuperan historias que
van contando ese lado personal, insoslayable, que la ficción tantas veces
potencia, o por los géneros documentales -el fotoperiodismo, el periodismo a
secas, o la biografía- que tantas veces les ponen cara y ojos. En las novedades
que saltan a estas "Lágrimas de cocodrilo"
de hoy, hay un poco de todo.
Esta misma tarde,
en la Biblioteca Nacional, se presenta Gritad
concordia, la primera novela, aunque no el primer libro, del estupendo
periodista Rafael Fraguas, de la que
daremos cumplida noticia más adelante. Publicada por Plaza y Valdés, y centrada
en la figura de Dionisio Ridruejo,
traza una trama de espionaje y aventuras -amorosas también- que arrancan de la
participación del entonces falangista y después opositor al régimen de Franco, en la célebre división azul enviada por Serrano Suñer al frente ruso de la
Segunda Guerra Mundial. Y su vuelta a
una España, como poco, complicada, que es también el escenario en el que
arranca, ya en los años cincuenta, Misión
olvido, la esperada segunda novela de María
Dueñas, tras el enorme éxito de su El
tiempo entre costuras, (en la que, por cierto, Serrano Suñer era un personaje nada insignificante).
Hace María Dueñas esta vez un homenaje a los
profesores españoles del exilio, como Américo
Castro o Casalduero, y sobre
todo al novelista Ramón J. Sender.
Pero que se cuide la autora: este país no perdona el triunfo, sobre todo,
cuando ha caído un poco por sorpresa, como pasó con la primera. (Sólo si el
escritor está consagrado por el prestigio y las ventas de una larga carrera, y
todavía no es el caso). Mirarán -miraremos- con lupa esta segunda entrega,
buscándole las cosquillas. Y como la anterior ha conseguido un curioso
equilibrio entre gustos distintos, y me encuentro en la fila de sus defensores,
ésta, aún con el lanzamiento, extraordinario para los tiempos que corren, de la
editorial Temas de Hoy, y todo, pues eso. Ya veremos lo que pasa.
La historia
no termina, ni siquiera esas guerras feroces y crueles de cuyo fin hablaba Fukuyama, y entre las que se encontraba
la Guerra Civil Española, que todavía tiene lagunas de memoria. Una la ha
cerrado la ya célebre libro La maleta
mexicana, que hace pocos días, recibía el premio Lázaro Galdiano 2012 a la
edición, y esto lo volvía a poner de actualidad. El libro, cuya segunda edición
está a punto de aparecer -se agotó en menos de un año- fue publicado a finales de 2011 por La
Fábrica Editorial y la Fundación Pablo Iglesias, y descubre en sus dos tomos
los más de 4.500 negativos de la Guerra Civil, disparados por Robert Capa, Gerda Taro y David Seymour,
"Chim". Aunque ese magnífico material, tomado entre
1936 y 1939, que se ha visto en varias exposiciones, contiene retratos inéditos
de muchos personajes de la época, como García
Lorca, Pasionaria, o Rafael Alberti,
registra también episodios claves de la guerra misma, como el frente de Aragón,
la batalla de Brunete, o el confinamiento de los vencidos en campos de
concentración del Sur de Francia. Y sobre todo: son imágenes que permiten poner
cara a los cientos de soldados españoles, voluntarios internacionales, hombres,
mujeres y niños que sufrieron el conflicto y sus consecuencias. Es que las
guerras, como las paces, se viven de uno en uno. Y sus rostros recuperados
pasan a formar parte de ese imaginario que se enriquece en la recuperación de
la memoria histórica.
De la
memoria y de la fotografía va también Mitad
payo, mitad gitano, del veterano periodista Jesús
Ulled. Es la biografía de Jacques
Leonard, "el fotógrafo que amó a los gitanos", que acaba de publicar
Destino. Jesús Ulled, publicista,
motor de revistas como SP o, mucho
más tarde, Qué leer, fue el
relanzador de la mítica Fotogramas,
junto a su mujer, su editora, Elisenda
Nadal. Y parece que fue casi por casualidad, porque había unos papeles
autobiográficos que le llevaron para que les diera una mirada, por lo que se
encontró con este personaje apasionante, extraordinario: el payo Chac.
Por hacerla
corta, Jacques Leonard (París,
1909-L´Escala, 1995), tuvo desde su infancia mucho qué ver con el mundo de los
caballos. De la cría y de la venta. Así que por ahí, y por su propio padre,
conoció bien el mundo gitano, que de los dos suyos, terminó por ser el que se
llevaría su corazón y su vida, y su mirada a la distancia focal de, que diría
mi admirado Cabrera Infante. El cine, la fotografía -sobre todo, la
fotografía- los viajes, van conformando una vida aventurera, apasionante, que
le sitúa en España, en la vida bohemia e intelectual de los años treinta. En la
posguerra se instaló en Barcelona, donde trabajó como fotógrafo freelance
para, por ejemplo, La Vanguardia. Y allí es donde se enamoró
perdidamente de una gitana de gran belleza, que había sido modelo de
importantes pintores.... Era Rosario Amaya,
con la que se casó tras un largo y tormentoso noviazgo. Los gitanos y su mundo,
a los que reivindica en un inédito alegato, fueron el gran tema de sus
fotografías, base de un estupendo documental cuyo tráiler pueden ver ustedes si
clikan aquí. Su título, El payo Chac, era el nombre por el que
se le conocía en las barracas de Montjuïc, en las que vivió muchos años con su
pueblo elegido. Con su amor elegido.
La historia
se hace de muchas historias. Y se conoce gracias a que algunas dejan
testimonios, de sí mismas o de otros. Estos no han sido más que unos pocos
ejemplos, eso sí, del presente rabioso.