A Mas le enseñan la puerta
lunes 26 de noviembre de 2012, 11:12h
Artur Mas ha protagonizado uno de los fiascos más clamorosos
de nuestra historia reciente. Hace muy pocos años, el Lehendakari Ibarretxe subió
a la tribuna del Congreso y defendió brillantemente su proyecto soberanista
para las Vascongandas. La mayoría de aquellos diputados, elegidos por todos los
españoles, votaron en contra y nuestro hombre recogió los papeles y se volvió a
Euskadi. Reflexionó largamente, entendió
que se había desgastado en el intento, disolvió la cámara autonómica y convocó
elecciones. Las urnas le negaron los votos que precisaba para gobernar en
solitario y tuvo que regresar a su casa. Ibarretxe respetó los mandamientos del
Estatuto de Gernika y la Constitución Española, agotó las vías legales y acató
por último la voluntad soberana del Parlamento nacional.
Artur Mas había conseguido, entre otras cosas, movilizar a
los ciudadanos de Cataluña e implicarles en una convocatoria electoral
apresurada, partidista y clamorosamente interesada. Después de aplicar una cura
terrible de caballo a los catalanes, pretendía salvar parte del mobiliario
enseñándoles el engaño de la independencia. Pensaría también que había llegado
el momento de empujar al abismo al partido socialista, víctima aún de la
depresión zapaterista y sumido en sus problemas tradicionales de identidad.
Para amarrar la estrategia, armó un programa monotemático más propio de la
Esquerra Republicana que de Convergencia, un partido híbrido de nacionalistas
moderados y catalanistas sensatos. Nada salió como había pensado.
Concluida la euforia y apurada la última copa de cava, los
independentistas se encuentran este lunes de resaca rodeados por una multitud
esperanzada que se ha creído esa milonga de la Cataluña rica y plena, socio
numerario de la Comunidad Europea, fronteriza de naciones comprensivas y
hermanas, refugio californiano de inversores millonarios y pensionistas
nórdicos, dotada además de recursos suficientes para reconstruir un estado del
bienestar que envidie el mundo entero. Ahora tendrían que explicarles cómo se
hace todo eso, y de dónde sacarían el dinero para pagar la deuda que Cataluña
tiene pendiente con la caja común del Reino de España y con los mercados
internacionales. Se acabaron los tiempos lúbricos de las fantasmadas
convergentes, ha llegado la hora de la verdad.
Votos tienen, más que suficientes, para aprobar en el
Parlamento de Cataluña una iniciativa que se corresponda con las promesas
separatistas de Artur Mas y sus comparsas políticas, pero tal estrategia parece
poco señuelo para ocultar el bulto de lo que ha sido una gestión gubernamental
desastrosa, plagada de recortes sociales. Mas podría volver a las andadas y
presentarse en el Congreso de Madrid, con la intención de que se apruebe una
consulta popular que plantee a los catalanes si desean o no que Cataluña se
independice, pero Mas no es tonto y sabe perfectamente que ese camino podría
conducirle, como le pasó a Ibarretxe, de vuelta a casa, y esta vez para
siempre.