El ciudadano
Mas interrumpió a la mitad el mandato que presidia apuntalado por una discreta
mayoría relativa y convocó unas elecciones inútiles e inoportunas cuyo único
objetivo era saber si el electorado catalán quería más al
Mas separatista
explicito que al Mas autonomista codicioso. El resultado es que su electorado
ha dicho rotundamente que no a su línea independentista, no solo negándole el
refuerzo electoral que pedía, soñando con una holgada mayoría absoluta, sino rebajándole
doce diputados y, prácticamente, haciéndole imposible gobernar solo con su
propia fuerza política.
Lo
significativo es que Mas estaba en las circunstancias más favorables para
crecer. El Estado pasaba por un momento económicamente crítico y doctrinalmente
débil. La crisis galopante dañaba a los partidos nacionales con
responsabilidades en el gobierno central, hoy o ayer. Se vivía un tiempo de
reformas impopulares y aún sin efectos positivos palpables. El socialismo
catalán, que había presidido la Generalitat anterior, había dejado de ser un
competidor temible. Los populares consideraban un éxito consolidarse subiendo
un poco. Solo los simpáticos muchachos de "Ciutadans" mostraban entusiasmo para
multiplicar su modesta cuenta. ¿Pero a donde fueron los votos que deseaba Mas
para identificarse como representante de un pueblo catalán sumiso a sus
enfervorizadas arengas? ¿Cómo es posible que un candidato sin rivales
alternativos creíbles retroceda en vez de subir? Es posible que algunos votos
de un separatismo radical hayan ido allí de donde nunca debieran haber salido.
Las banderas esteladas de la manifestación que enloqueció a Mas hablaban por sí
mismas. Si Mas tuviese la cordura propia de un responsable político no hubiese
convocado estas elecciones para bajar a peor pero, en caso de hacerlo, debería
saber que su electorado tradicional estimaba más un tono moderado y dialogante
que el disparatado camino hacia la ilegalidad y la discordia. Las aclamaciones
no eran para él y su partido burgués sino para otras cosas que producen
escalofríos en su propia casa. Es muy fácil ir codo con codo en una
manifestación heterogénea, pero no es igual de fácil aprobar un presupuesto con
conceptos radicalmente distintos de economía y sociedad. Es, por tanto, una
fantasía pensar en una mayoría "nacionalista" armoniosa en el parlamento
catalán. Lo que ha salido de las elecciones es un piano de teclas desiguales
para tocar un andante con pasos desacordados. Un fracaso evidente.
Lo único
conseguido no es ni una mayoría de gobierno ni una base para un independentismo
sin réplica sino, sencillamente, una miniaturización de Mas. La causa del
fracaso no ha sido la mala administración, ni los recortes, ni los indicios de
corrupción que son cosas que se dan en otras partes. El factor novedoso que ha
sumergido a Mas en la incertidumbre fue, sin lugar a dudas, su apuesta por el
independentismo y su europeísmo mentiroso. Se ha permitido ofrecer una
mercancía averiada y engañosa que no podía suministrar por sí mismo. Por ello
solo ha podido retener, y veremos por cuanto tiempo, un porcentaje del voto que,
por rutina o inercia, no sabía a dónde ir fuera de su debilitado partido de
siempre.
Ahora solo
quedan esperar las fluctuaciones de un político que es consciente de su
situación y de sus errores. Los espectadores, a ambos lados de su pequeño
pedestal, podrán contemplar todas las maniobras imaginables para presidir un
gobierno autonómico legitimado por una Constitución de la que se reniega, a la
vez que se promete cumplir y hacerla cumplir, como representante del Estado en
un territorio del mismo, mediante nombramiento por el jefe de dicho Estado,
llamado Reino de España, con el ceremonial de rigor y las asistencias
acostumbradas. El problema de Mas es su problema personal, no una coyuntura
histórica. Se ha hinchado como un globo con el gas explosivo de la demagogia
identitaria y ha pinchado. Solo puede esperar y espera, para intentar
malgobernar, que alguien ponga un parche provisional al globo, adherido con el
pegamento nauseabundo del posibilismo político, venga de donde venga. Hay que
confiar que este fracaso de Mas sirva de vacuna contra otros delirios
secesionistas de menor cuantía.
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