Elecciones catalanas: la bolsa o la vida
lunes 26 de noviembre de 2012, 07:45h
Ante el fracaso político de CiU en
las pasadas elecciones hay muchos observadores que echan las campanas al vuelo
y aseguran que el proceso independentista ha tocado techo, que los catalanes
han forzado a CiU a descender a la tierra y que Rajoy bien puede brindar con
champaña este lunes. Más despacio, estimados y estimadas, más despacio.
Es cierto que la debacle de CiU hace
que la suma de este partido más ERC forme un bloque que pierde un diputado
respecto de las elecciones del 2010, pero no es menos cierto que ERC devora 10
escaños de los 12 que pierde CiU y crece radicalmente de 10 a 21
representantes. Es decir, que el proceso soberanista puede haber perdido fuerza
pero se radicaliza. ¿Cómo detener esa peligrosa dinámica?
El Gobierno de España tiene al respecto
dos opciones. La primera consiste en una contraofensiva institucional, ahora
que sabe que el españolismo tiene suficiente apoyo social en Cataluña, lo que
significaría dejar claro tanto a CiU como a ERC que no se aceptan más chulerías
al margen de la ley. Pero eso conlleva el riesgo de tener que caminar por el
filo de la navaja respecto a disrupciones políticas violentas.
La segunda opción refiere a la
negociación con CiU para apoyar su gobernabilidad cotidiana en términos
políticos y sobre todo financieros. Es decir, significa volver a fojas cero la
negociación económica con la Generalitat, con la intención de que CiU recoja
velas y ofrezca una salida negociada a su actual derrota política. Es decir,
que el Gobierno español deberá estar dispuesto a tocarse la bolsa.
En suma, violencia o bolsa, que es
otra manera de decir lo que se dice regularmente en los atracos (la bolsa o la
vida). Y es que, en realidad, algo de atraco político tiene esta fuga hacia
delante del señor Mas y su plana mayor.
No obstante, creo que hay dos
consecuencias interesantes de estas elecciones. Una primera es de naturaleza
sociopolítica: todo indica que la gente que en Cataluña quiere seguir
perteneciendo a Estaña ha perdido el miedo de mostrarse públicamente. Y eso
también puede constituirse en una rodante bola de nieve que crezca lo
suficiente para dejar claro que la separación de España significa la ruptura
interna de Cataluña. Una interesante vuelta histórica: porque el 11 de
septiembre que toman los separatistas como la referencia del choque violento
entre España y Cataluña no fue otra cosa que el producto de la toma de posición
de Cataluña en una guerra de sucesión española (entre la dinastía borbónica y
la de Austria).
La otra consecuencia es que una
lectura correcta de cómo se ha llegado hasta aquí no debe caer en el
reduccionismo: no ha sido sólo el anticatalanismo de la derecha española la
causa del enardecimiento soberanista en Cataluña. Ese es un análisis
incompleto. La otra contribución poderosa ha consistido en tratar la cuestión
catalana con una alta dosis de fenicismo político, como hizo el gobierno de
Zapatero. En síntesis, desde el lado español, tan responsable es Aznar como el penoso
manejo de la negociación del Estatut realizado por Zapatero. Ni trato hiriente
ni trato edulcorado para cubrir las propias falencias. Si hubiera habido un
trato claro y franco en términos constitucionales y sin quimeras insinuadas,
muy probablemente no estaríamos donde estamos. Ojalá que catalanes y españoles
acabemos aprendiendo esta lección histórica, aunque para ello debamos recorrer
inevitablemente un doloroso camino de Damasco.