El
Gobierno planea conceder el permiso de residencia en España a extranjeros que
adquieran una vivienda cuyo precio sea superior a 160.000 euros. No es mala
idea. Tenemos muchísimas viviendas vacías, y la única forma de estimular el
sector de la construcción es vender primero lo que ya está construido.
La
construcción es uno de los grandes motores de nuestra economía, muchas
industrias dependen de ella y genera numerosos puestos de trabajo. Por lo
tanto, no queda otra salida que vender, vender y vender.
Los bancos se han convertido en agencias inmobiliarias
con infinidad de pisos en oferta. No es extraño, por tanto, que el Gobierno
quiera echar una mano.
Parece
ser que en nuestras costas vuelve a animarse tímidamente el mercado, gracias a
los extranjeros. Argelinos en Alicante, escandinavos en la Costa del Sol,
alemanes en las Baleares, rusos en la Costa Dorada. Saben lo que quieren,
vienen informados a través de Internet y compran sin hipotecas. Pero lo
importante es eso, que compran.
Aquí
manda la cuenta de la vieja. Antes de construir más, hay que vender lo que se
tiene. Y queda mucho por vender. Todas las iniciativas para facilitar la venta
serán bienvenidas. Incluso las que proponga el Gobierno.
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