Había ido a aquella capital centroamericana invitado por su gobierno a
dar una conferencia y a reunirme con el Presidente de la República y
varios de sus ministros. Tenía que volver enseguida a España y no había
salido de edificios cerrados. Disponía de un par de horas libres. Me
habían dicho que la zona en la que estaba el hotel era segura, pero una
tasa anual de 40 homicidios por cada 100 mil habitantes aconsejaba
cierta prudencia. Es como si cada tres días mataran a dos personas en
Málaga, o a una en Bilbao. Cerca del hotel había visto una librería, así
que me dije que a las doce del mediodía y con las calles llenas de
gente no podría haber ningún peligro si me acercaba a la librería, y de
camino sentía la temperatura de aquella ciudad y percibía su luz sin los
cristales tintados de un vehículo oficial. No había dado la vuelta a la
esquina cuando observé que de un coche que se había detenido ante un
semáforo en rojo salían dos hombres que se dirigieron directamente hacia
mí. Uno de ellos me dijo: "Mire esto". "Esto" era una pistola que
apuntaba a la boca de mi estómago. "Deme el celular", dijo el otro
hombre: "el móvil", tradujo innecesariamente.
Me costó un gran esfuerzo separar los ojos de la pistola, miré al
hombre que me apuntaba y le dije "no hace falta", y le di el móvil. El
móvil que me habían dado en el Congreso de los Diputados. Volví al hotel
y allí estaba el coche de la policía que vi al salir. Les explique a
los dos jóvenes policías que lo ocupaban lo que me había ocurrido y me
dijeron "suba al coche a ver si reconoce el coche de los asaltantes".
Cuando ya estaba subido en su coche le dije a los policías: "Paren
inmediatamente. Miren, ellos van armados, ustedes también, y el móvil
que se han llevado no vale una vida humana, no ha valido la mía, y no
vale las suyas, ni las de los ladrones".
Hace unos días leí en un periódico que entre quince y veinte Ipad de
diputados se han roto o se ha extraviado este año. Debajo de la noticia
había cerca de setecientos comentarios, buena parte de ellos insultantes
para los representes de los ciudadanos. Le he preguntado a un experto
en seguros si la tasa de pérdida o rotura de los Ipad de los diputados
es llamativa. El experto no tenía el dato exacto, pero me ha dicho que
al precio que están los seguros de los Ipad la empresa aseguradora no
perdería ni ganaría nada si se rompieran un 6 % anuales, y que suponiendo
que tenga un 30 % de beneficios, lo más probable es que la tasa de Ipad
que se rompen o pierde ronde el 4 %. Si esto es así, 15 Ipad rotos o
perdidos por los diputados viene a parecerse mucho a la media de la
población.
Cuando les dije a aquellos jóvenes policías centroamericanos que en
España un teléfono móvil no valía la vida de nadie, me sentí orgulloso
de mi país. Estos días no dejo de pensar que algo malo nos está pasando
cuando para algunas personas un Ipad vale más que la democracia.
José Andrés Torres Moraes diputado socialista por Málaga y portavoz de Cultura en el Congreso
>>
Vea el blog de José Andrés Torres Mora