El pasado mes de
octubre se cumplieron cincuenta años de la muerte de Sylvia Beach (Baltimore,
1887 - París, 1962) una mujer que, sin ser novelista o poetisa, ha pasado a la historia
de la literatura del siglo XX.
No creo que ella
lo sospechara cuando en 1919, tras servir a la Cruz Roja Americana durante la
Primera Guerra Mundial, abría, con dinero prestado por su madre, la primera
librería-biblioteca de habla inglesa de París: Shakespeare and Company. "¡Ahora o nunca!" le escribió a su madre
con valentía e ilusión.
Y estas
virtudes, así como la inteligencia,
fueron decisivas cuando James Joyce llegó a su establecimiento para que
publicara el Ulysses. Hoy esta obra
es quizá la novela nacional de Irlanda, pero entonces estaba prohibida en
Estados Unidos (se habían publicado, confiscado y quemado algunos capítulos en
la Little Review de Nueva York) y en
Inglaterra nadie se atrevió a publicarla (incluida Virginia Woolf y su Hogarth
Press). Sin embargo aquella librera de poco más de treinta años aceptó el
desafío.
Este incluía,
como recuerda José María Valverde,
lidiar con el carácter de Joyce, que exigía seis juegos de pruebas de su voluminosa
obra, que cambiaba y ampliaba (y también perdía y traspapelaba) a medida que
corregía, siendo necesario volverlos a imprimir (el impresor de Sylvia estaba
en Dijon, a unos trescientos kilómetros). El genio
irlandés tampoco se contentó hasta que la portada tuvo los tonos de azul y
blanco que deseaba y puso a Sylvia fecha
para la publicación, el 2 de febrero de 1922, día de su cuadragésimo
cumpleaños.
Con audacia, la
norteamericana se enfrentó a las críticas, cumplió las exigencias del autor y en plazo sacó una primera
edición con el sello de su librería que, como le auguró a su hermana en una
carta de 1921, la hizo famosa.
Pero Sylvia no
es solo recordada por esta hazaña. Durante años, su librería fue el punto de
encuentro de los escritores en lengua inglesa expatriados en París. Ella fue su
benefactora, prestándoles libros y dinero y favoreciendo las relaciones entre
ellos. Presentó a Gertrude Stein y a Sherwood Anderson; Scott Fitzgerald y Joyce; y Hemingway escribió que ninguna
otra persona había sido tan bondadosa con él.
En 1942, Sylvia
fue apresada por los nazis. Sobrevivió, pero jamás reabrió la librería.
Hoy existe en
París una nueva Shakespeare and Company que
trata de mantener el espíritu de su antecesora.
Allí acudí como
un peregrino y compré la correspondencia de Sylvia Beach, editada por la
Columbia University Press, que he leído esta semana para rendirle homenaje
mientras la recordaba a ella y a todos los que con su generosidad
hicieron que los grandes autores sean algo más que el polvo de sus cenizas.
Javier
Rodríguez Alcayna
Escritor
indiferenciapajaros@gmail.com