jueves 25 de octubre de 2012, 14:00h
Lance Armstrog es un tramposo, se le sanciona a perpetuidad, se le retiran los
siete Tours que ganó, se van sus patrocinadores, se le exige que devuelva lo
que ganó... Vale, lo que quieran. ¿Ya está? ¿Eso es todo? Mi desprecio a los que
se dopan y, en mayor medida, a quienes invitan o fuerzan a algunos deportistas
a doparse para obtener mejores resultados. Más aún si son médicos o
entrenadores. También a quienes ponen los resultados por encima de la ética.
Pero, discúlpenme, me parece una desvergüenza absoluta lo que se ha hecho con el
ciclista norteamericano.
Si Armstrong es culpable,
lo son también los delatores, también infractores, que callaron durante años. Los
presidentes y responsables técnicos de las instituciones ciclistas que debieron
actuar mucho antes, que fijaron controles para detectar a los trampocos,
incluso de madrugada, que castigaron a
tantos ciclistas, y no descubrieron nada. Lo son los responsables de todos los
laboratorios que hicieron controles al ciclista y a todo su equipo y no
detectaron, no vieron o no probaron que se había dopado. Lo son los
organizadores de carreras que han perseguido a algunos deportistas y que
miraron hacia otro lado en este caso. Los mismos que organizan carreras de tres
semanas con esfuerzos sobrehumanos en condiciones de extrema dureza y escaso
descanso. El espectáculo por encima del deporte.
Quitar ahora, doce años
después, sus victorias a Lance Armstrong y dejar vacío el escalón más alto del
podio es una estupidez. ¿Cuánto han costado los controles que se hicieron y que
ahora se demuestran ineficaces? ¿Cómo se han lucrado los dirigentes que han
usado una justicia a su medida y a sus intereses?
Esto ni es justicia ni
deportiva. La justicia exige que se cumplan las leyes, que haya pruebas
precisas del delito, no sólo indicios, y que se haga en tiempo y forma. Una
Justicia lenta no es Justicia. Nada de eso parece haberse cumplido en este
caso. Ni hay evidencias de que se dopara ni de que su equipo tuviera
información privilegiada y se ha tardado doce años en dictar sentencia.
Armstrong ha sido condenado y desposeído de todos sus títulos. Los responsables
de vigilar, que no lo hicieron, siguen en sus puestos.
El ciclismo es uno de los deportes más duros, más
bellos y más competitivos que existen. Para aficionados y para profesionales. Sólo
unos pocos se hacen millonarios con él. Sólo unos pocos se llevan la gloria. La
mayoría acaba siendo gregario de otros, sólo cumple órdenes. Hay miles de
jóvenes que aspiran a emular a Indurain
o a Contador. ¿Qué necesidad había
de hacer esta chapuza jurídica con Armstrong? Es una historia de enemigos,
trampas, venganzas y odios. No se si Armstrong es culpable o no. Seguramente
tampoco lo sepan los que le han condenado ni los dirigentes del ciclismo. Pero,
cuando menos, ellos también deberían abandonar sus cargos para siempre después
de haber dejado al ciclismo bajo sospecha, herido de muerte.