El largo adiós de Joaquín Leguina
miércoles 24 de octubre de 2012, 12:36h
Joaquín Leguina me ha regalado su
último libro, cuyo título podría ser "Confieso que he vivido (políticamente
hablando)" porque le calzaría igual de bien que el que realmente tiene, "El
camino de vuelta". Me lo entrega asegurando que, desde luego, yo tendré mi
propia teoría del caso. Y por supuesto que la tengo, faltaría más. Lo que no me
dice -y yo no se lo pregunto- es si mis "teorías" le parecen bien o mal, aunque
desde que me mantuviera en su Ejecutiva de Madrid -hasta mi dimisión- como
cancerbero conceptual (Secretario de Formación se llamaba entonces) hasta el
día de hoy lo cierto es que nuestras lecturas de la realidad no discrepan
mucho.
Por eso, sin circunloquios, voy a comentar
su texto de confesiones políticas, desde mi propia experiencia. Lo primero que
me ha impactado del relato es que me recuerda vivamente cuantas cosas feas me he
evitado por haberme distanciado de la vida partidaria al comienzo de la crisis
del PSOE y no aguantando hasta el final, como él ha hecho. Mi defenestración ad
ovo en el ámbito institucional de relaciones exteriores (todavía recuerdo la
cara de mi jefe Luis Yáñez cuando me explicaba que no lo hacía por su voluntad)
me permitió concentrarme primero en el movimiento por la paz y luego iniciar el
"regreso" a América Latina (agradeciendo el puente de plata que me tendieron al
respecto). Pero, afortunadamente, no tuve que vivir aquel terrible momento de
la crisis moral (corrupción política y de la otra) que Leguina recuerda así:
"en aquel período, uno se acostaba después del último telediario y lo hacía
abrumado, de tal suerte que al levantarse pensaba durante algunos segundos que
todo lo vivido el día anterior era un mal sueño" y agrega: "pero no, era una
muy triste realidad...".
Claro, esa visión de los toros desde
la barrera me hacía adoptar un juicio muy crítico de lo que percibía. Un buen
amigo, Jacobo Echeverría, difunto esposo de Paquita Sauquillo, me decía cuando
me aparecía por Madrid que mi visión era la de alguien "que conservaba el culo
virgen". Y era verdad, mi distanciamiento del partido me evitó tener que
comulgar con ruedas de molino para mantener un puesto político o institucional.
Pero, desde esa perspectiva, cabe preguntarse por el estado del trasero de un
tipo como Leguina, que se mantuvo hasta el final. Y aquí va mi primera teoría:
me parece que el ex Presidente de la Comunidad de Madrid es uno de los pocos
que peleó en medio de la crisis como gato panza arriba para pensar y decidir
según su propia cabeza... hasta que llegó el meteórico ascenso del zapaterismo. Porque
no sólo se mantuvo entonces independiente de Guerra, sino también de González
(aunque con éste último concordara más). En realidad, deberían darle a Leguina
la medalla al mérito político, si tal cosa existiera.
Pero esa tremenda lucha fratricida le
dejó heridas amargas. Por eso afirma rotundo en su texto: "yo nunca estaría
dispuesto a repetir aquel camino, al menos en el plano político". Claro, luego
llegó el zapaterismo y su pétrea ley del silencio. Leguina afirma que el ascenso
de Zapatero le hizo añorar la libertad de pelear que existía antes. Y, aunque
no lo dice en su libro, de eso sí se arrepiente: de su presencia en el Congreso
durante el primer mandato de Zapatero aceptando sus juegos malabares con la
boca cerrada. Soy testigo de la molestia de Leguina, porque en alguna
oportunidad yo le provoqué con algún éxito para que abriera su ácida bocota.
El balance final que hace Leguina es
que el proyecto del PSOE antes de que entrara en crisis tenía sentido y, de
hecho, logró cambiar notablemente el país. En realidad, los que hoy salen a la
calle para defender el Estado de Bienestar deberían acordarse de que esa fue
una construcción fundamentalmente socialista. Pero en sus últimas páginas, cuando
uno espera leer sus conclusiones finales, Leguina emite un sorprendente adiós.
Por un lado, tiene la sabiduría de aceptar que ya no le da el cuerpo para
luchar por liderazgos partidarios. Pero, por otro lado, expresa una despedida
que en vez de ser de la política parece más bien de su propia vida.
Y ahí viene mi segunda "teoría": la
confusión entre despedida política y vital de Leguina es una manera inversa de
asegurarnos que seguirá interviniendo en política mientras viva. Y ello lo creo
por un signo sub-textual que me parece percibir en el libro: a Leguina ya no
sólo le duele el PSOE, ahora a Leguina le duele España. Le duele este país que
parece condenado a enfrentar las crisis sacando lo peor de sí mismo (como en el
98, como en los años treinta). En vez de buscar un acuerdo nacional para
superar la crisis, ésta se enfrenta de nuevo con crecientes dosis de
sectarismo, de crispación, de separatismo, de demagogia, de estúpida soberbia.
Por esa causa, por ese dolor de corazón, creo que Leguina asocia su despedida en política con su
despedida final. Y por eso somos muchos los que deseamos que el suyo sea un
largo adiós, que nos dure mucho tiempo.