martes 09 de octubre de 2012, 13:01h
Los
resultados conocidos ayer del barómetro realizado por el CIS para el
mes de septiembre no muestran grandes cambios, pero avanzan
apreciablemente en cuanto a una percepción pesimista de la
ciudadanía sobre la situación general del país, tanto en el plano
económico como en el político.
Ahora, cerca
del 90% de las personas consultadas consideran que la situación
económica es mala o muy mala y cerca del 75% piensa que eso mismo
sucede con la situación política. Además, la gran mayoría cree
que el año próximo ambas situaciones seguirán igual o peor.
Los medios
han destacado mucho el hecho de que se haya producido un ligero
aumento (del 24% al 27%) en la percepción negativa de la clase
política, pero lo cierto es que eso se inscribe en el empeoramiento
de la percepción sobre la situación general. Además, esas cifras
son acumuladas, porque las respuestas espontáneas son mucho más
reducidas (del 10.7). Y todavía son más reducidas (8.5%) si se
relaciona la clase política con la afectación de la persona
consultada.
En realidad,
estas cifras sobre la clase política muestran uno de los aspectos
básicos de las deficiencias de la cultura política del país. La
ciudadanía opina sobre la clase política como si fuera un grupo
externo a la propia sociedad. ¿Será que los representantes
políticos nos los han impuesto desde Marte? Fue Fernando Savater
quien enfatizó aquello de que sólo es posible pensar en esos
términos de los políticos cuando hay una dictadura, pero en una
democracia sacarse la responsabilidad de encima acusando a los
políticos, resulta, cuando menos, inmoral. En democracia, si un
político no nos gusta lo que hay que hacer es sustituirlo y eso es
válido tanto a nivel individual como colectivo: si un partido o
partidos no nos gustan, lo que hay que hacer es sustituirlos. Incluso
si un sistema político no nos gusta, lo que hay que hacer es
convencer a la mayoría para cambiarlo. Pero sin exculpar al conjunto
de la ciudadanía de lo que hay. Los representantes políticos son,
en democracia, la expresión inmediata de la voluntad ciudadana. Este
cuento de algunos sectores de izquierda de que el pueblo es una
simple víctima, siempre dispuesto a conseguir lo mejor, sin
responsabilidad alguna sobre la clase política, es pura demagogia.
Especialmente en un país con la herencia del nuestro: ¿es que ya se
nos olvidó el grito popular ¡¡Vivan las caenas!!?
Y desde
luego esa salida de tarros del secretario de organización del PSOE,
Oscar López, afirmando que la crítica de la clase política es sólo
la crítica de unas determinadas políticas, las que impulsa el
gobierno del PP, refleja únicamente una muestra más de la fina
sofisticación que le caracteriza. Uno se pregunta cómo es posible
que un personaje como éste pueda oficiar como portavoz del principal
partido de la oposición. Y la única explicación posible es que
difícilmente será por casualidad. Por eso hay que hacer explícito
nuestro claro rechazo a este comportamiento político.