martes 09 de octubre de 2012, 12:08h
Dicen que Muelle fue el primero y de su inmenso esfuerzo el Madrid de la segunda decena del siglo XXI apenas conserva uno de sus trabajos en la madrileña calle de la Montera que, por cierto, ha estado a punto de ser borrado. Para unos, se trata sencillamente de pintadas; para otros, es una nueva forma de expresión. Para los más, la traducción física de un estado de indignación juvenil, prolongada ya demasiado en el tiempo, que sería mejor canalizar de otro modo. Por ejemplo, ampliando la oferta de empleo a ese cincuenta por ciento de jóvenes entre 18 y 30 años que aún no lo tienen y que, posiblemente y de prolongarse más esta situación -en el mejor de los- casos los obligue a tener que emigrar....
Entre la protesta y la guarrería, entre el vanguardismo y la marginalidad, entre la insumisión y hacer de ello una forma de subsistencia a costa de ensuciar fachadas, cierres de pequeños y no tan pequeños comercios, iglesias, bancos y mobiliario urbano. Eso ha sido y es el grafitismo en España.
Alternativas
Pero el grafiti puede constituirse también en la mejor de las formas de protesta con un fin social y político. Los grafiteros rusos -según hemos conocido estos primeros días del verano- han sido capaces de demostrarlo al adoptar una forma de obligar a las autoridades de Ekaterimburgo a arreglar calles y carreteras: pintar los baches con caricaturas de los responsables de su existencia. Una forma que, además de original, colabora a sonrojar a las autoridades responsables si no toman cartas inmediatas en la reparación de los daños denunciados.
Al parecer, los dirigentes a quienes apuntaban las caricaturas fueron mucho más eficaces en arreglar los daños de lo que habían prometido en las campañas electorales, sencillamente porque no querían ser el blanco de las burlas de los ciudadanos.
Esta forma de protesta social, de canalización de la indignación de los afectados, es envidiable y quizás podrían imitarla nuestros jóvenes conciudadanos grafiteros. Seguramente, a partir de ese momento, podrían encontrar muchos más adeptos que detractores entre la inmensa mayoría de los ciudadanos que querrían que las legítimas protestas de nuestros jóvenes no tuvieran que llevar inevitablemente aparejada la conversión de nuestras ciudades (centros históricos incluidos) en sucias e inmensas murallas convertidas en el modelo de lo que no se debe de hacer.
La prueba de que no son las formas de expresión, sino el uso que se hace de ellas, lo que acaba siendo una moda abominable ha sido esta salida de los jóvenes rusos que, desde una ciudad perdida en los Urales, se han convertido en un posible camino a seguir para el resto de los jóvenes artistas urbanos europeos y del resto del mundo.
Columnista y crítico teatral
Periodista desde hace más de 4 décadas, ensayista y crítico de Artes Escénicas, José-Miguel Vila ha trabajado en todas las áreas de la comunicación (prensa, agencias, radio, TV y direcciones de comunicación). Es autor de Con otra mirada (2003), Mujeres del mundo (2005), Prostitución: Vidas quebradas (2008), Dios, ahora (2010), Modas infames (2013), Ucrania frente a Putin (2015), Teatro a ciegas (2017), Cuarenta años de cultura en la España democrática 1977/2017 (2017), Del Rey abajo, cualquiera (2018), En primera fila (2020), Antología de soledades (2022), Putin contra Ucrania y Occidente (2022), Sanchismo, mentiras e ingeniería social (2022), y Territorios escénicos (2023)
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