Sus críticos lo llaman
Orgasmus, porque según ellos los becados con el programa europeo se
pasan todo el día traveseando, en vez de estudiar.
Lo cierto, sin embargo, es que gracias a él tres millones
de universitarios han conseguido desplazarse a otro país de esta Europa
babélica, cada vez más necesitada de unión.
Ya ven si tiene importancia el programa de movilidad estudiantil.
Y su baratura: sólo 450 millones anuales, poco más de lo que gastan en viajes
los parlamentarios europeos.
Pues bien: la crisis económica ha reducido drásticamente
este programa juvenil de integración europea, mientras que, en cambio, los
eurodiputados se niegan a viajar en clase turista en vez de hacerlo en primera.
Y es que ni la manida crisis es igual para todos ni los
parlamentarios europeos resultan mejor que los españoles: así, en plena moda de
recortes presupuestarios, la Unión Europea ha dejado sin fondos a importantes
partidas sociales; pero, eso sí, los gastos administrativos del propio
Parlamento -en diputados, asesores, desplazamientos y otras gabelas- subirán el
año que viene el 1,9 por ciento.
Por eso, reducir ahora unas modestísimas becas -133 euros
mensuales de media que reciben los erasmus
españoles-, en vez de hacerlo con las jugosas prebendas de los políticos, no
sólo perjudica particularmente a España -el país que más estudiantes de Erasmus
recibe y que más envía al extranjero-, sino que inexorablemente conducirá a
esta Europa cada vez más insolidaria al aislacionismo cultural, a la
fragmentación interna y a la irrelevancia internacional.
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