El
presidente
Artur Mas se ha visto desbordado. Desbordado por los hechos, y desbordado
por sí mismo. Y como salida emprende una huida hacia adelante. Esto es, en el
fondo, su convocatoria de elecciones a media legislatura. Su "gobierno de
los mejores" habrá sido el más corto de la historia catalana.
Sí,
desbordado por los hechos. Cuando se presentó para la presidencia de la
Generalitat ya sabía el terreno que pisaba y los problemas con que podía
enfrentarse. Llevaba muchos años en la política, en el gobierno y en la
oposición.
La
crisis económica general y, por tanto, catalana, estaba en pleno auge. El
déficit con que se encontró del gobierno anterior no pudo sorprenderle
demasiado. Aceptó el reto y para ganarlo nombró lo que calificó como el
"gobierno de los mejores".
Ya
era un experimentado en los problemas tradicionales con el gobierno central, o
"de Madrid". El mismo negoció, a espaldas del parlamento catalán y
con nocturnidad, parte sustancial del
Estatut con el presidente
Zapatero.
Justo
llegar a la presidencia se adelantó en una política de recortes que sorprendió
a propios y extraños. La crisis
económica general y, por tanto, catalana, estaba en pleno auge. El déficit con
que se encontró del gobierno anterior no pudo sorprenderle demasiado. No
siempre recortó donde más falta hacia, donde la inversión o las subvenciones
eran menos productivas, aunque posiblemente más rentables políticamente. Esto
le ha acarreado muchas protestas en todos los sectores.
¿Cómo
salir de esta situación que ha ido empeorando y también comprometiendo su
acción de gobierno? ¿Cómo salvarse de este desbordamiento por los hechos? Pues
buscando chivos expiatorios y agitando el panorama político.
También
se ha visto desbordado por sí mismo. Se planteó objetivos políticos ideales,
pero a corto plazo inalcanzables, y sin prever bien sus consecuencias en tiempo
de muy grave crisis generalizada. Añadiendo así más problemas al gran problema.
Su
sueño de "pacto fiscal" tipo concierto vasco, muy legítimo, no podía
prosperar en estas circunstancias. Era, en cierto modo, el principal objetivo
político de su mandato. No podía, por tanto, resignarse a un fracaso que era
previsible. ¿Cómo salvar la dignidad ante el estrepitoso fallo del gran reto de
gobierno que se había impuesto a si mismo? Pues con la movilización política.
El
campo estaba abonado sobradamente por el recorte del Estatut a manos del Constitucional, que provocó una gran manifestación
hace un par de años. Por incomprensiones de los gobiernos centrales ante muchas
necesidades y reivindicaciones catalanas. Por el gravoso sistema del reparto de
los ingresos fiscales del Estado, que llevan al empobrecimiento de Catalunya,
tradicionalmente motor económico de
España. Por tratamiento con desdén de la realidad catalana en muchos aspectos
sensibles. Etcétera.
Una
gran manifestación en Barcelona -alentada y apoyada por las propias instancias
gubernamentales-, con el objetivo oficial de apoyar la demanda del "pacto
fiscal" de Artur Mas, pero que en realidad congregó varias motivaciones de
descontento y reivindicación, y fue derivada hacia un clamor separatista, era
una oportunidad que había que capitalizar. Y así fue.
El
grito de "independencia" se impuso al de "pacto fiscal". Movilización
histórica perfecta para plantear un desafío "a Madrid". Hábilmente,
Artur Mas fue a buscar el "no" al "pacto fiscal" de un
Rajoy poco astuto. Y este "no" le convertía en héroe ante la opinión
catalanista. Era el momento ya de capitalizar abiertamente y de ponerse a la
cabeza del masivo clamor de "independencia". Pero, consecuentemente,
había que hacer algo más.
Como
jurídica y políticamente este "algo más" no podía ser asomarse al
balcón de la Generalitat, como en otras veces de la historia, para proclamar la
independencia de Catalunya, la solución era disolver el Parlament y convocar
elecciones precipitadas. Con lo cual, al mismo tiempo, las cosas se clarifican
y se complican.
La
esperanza de Artur Mas es, naturalmente, que las urnas le consagren como
ganador y "héroe nacional". Pero la misión de un gobierno, sobretodo
si es "el de los mejores" no es fabricar héroes, sino gobernar, y
hacerlo en las circunstancias que tocan y con los instrumentos que se disponen.
Es lo que, muy meritoriamente hizo, en tiempos no menos duros, el presidente
Jordi Pujol. Pero la historia sigue y los ideales de los pueblos no mueren...
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