Una política
de vocación se ha retirado,
Esperanza Aguirre, provocando orfandad en grandes
sectores de la ciudadanía. Mientras el estúpido sistema de las cuotas por sexo
nutren las instituciones de vanidades incompetentes, sumándose a las
demoledoras burocracias partitocráticas que rellenan sus listas con
"aparachiks" y pelotilleros, los demagogos mediáticos repiten la especie de que
en España sobran políticos o que los políticos son un problema nacional. Pero
sucede lo contrario. En esta hora de España el problema es que faltan
auténticos políticos o, como dirían las bobas del feminismo convencional,
políticos/as como la que se repliega y lo que sobran son "liberados" ocupando
plazas de políticos, sin vocación ni convicciones, actuando como corifeos de
sus benefactores.
La falsedad
del tópico viene de considerar clase política a una especie de
seudofuncionarios colocados en la administración local, provincial, autonómica
y, también, en algunas instituciones nacionales, como un cuerpo parasitario sin
otra pretensión que la de sobrevivir en las nóminas. Se habla de decenas de
miles de políticos considerando como tales desde los asesores superfluos a los
caciquillos pueblerinos y desde los recaudadores de "impuestos revolucionarios"
a la poblada tropa de corruptos que se acercan como moscas al panal de rica
miel de la esfera pública. Que no se trata de políticos corrompidos por las
tentaciones del poder, sino de corruptos de base que se acercan con
superficiales disfraces a las entidades públicas, colándose por la falta de
criterio de los partidos para seleccionar sus huestes. Unas veces por torpeza y
otras por el egoísmo de ciertos dirigentes, encantados de rodearse de
mediocridades que no les puedan hacer competencia. Toda esta tropa es lo que
sobra, a la vez que las verdaderas personalidades políticas escasean, se
olvidan o se cansan.
Esperanza
Aguirre pertenece a la clase de los políticos de convicción y no al colectivo
de vividores de turno. Ha pasado por todas las instituciones públicas,
ayuntamiento, autonomía, parlamento y gobierno, sin otro interés que servir
apasionadamente y de la mejor manera que ha sido posible en estos tiempos y
hasta donde el cuerpo aguante. Solo es posible juzgar su trayectoria valorando
el éxito de su gestión y el cariño del electorado que la ha apoyado
multitudinariamente. Su paso atrás es, como ella dice, por razones íntimas pues, por gusto no se va nadie. Los políticos
son más transparentes de cómo algunos quieren pintarlos. El liberalismo de
Esperanza, como el eclecticismo de
Rajoy o el maniobrerismo de
Rubalcaba, son
tan claros que no cabe disfrazarlos. Los políticos son como se manifiestan o no
son políticos sino máscaras, pues su trabajo les obliga a la verdad por oficio.
Se ha hablado
mucho de diferencias de Aguirre con el rumbo del actual gobierno. Es una
especulación retorcida de quienes no entienden o no quieren entender la
dinámica de la política. Las discrepancias de Esperanza, por espectaculares que
fuesen, no son motivo para irse sino para quedarse, apoyada en la base
electoral de que dispone, porque en estas discrepancias reside su atractivo
como alternativa en potencia y su capacidad de convocatoria. Todos sabemos que la política quema y, en una
crisis de la gravedad que vivimos, abrasa. Por eso todos sabemos que los
grandes partidos necesitan de muchas personas, no unánimes, porque la coyuntura
es fluctuante, que puedan aportar más combustible que el que puede consumirse
en la primera línea de fuego. Es la logística elemental de toda fuerza
política: disponer de reservas humanas y de distintas armas. Para la busca de
grandes acuerdos, como necesita la España de hoy, el talante liberal de
Esperanza es un factor positivo por la amplitud que una mentalidad liberal
tiene para asumir convergencias. En el Partido Popular se dice que hay tres
sensibilidades entrelazadas: conservadora, democristiana y liberal. Quizás la
sensibilidad liberal no sea la predominante pero es, sin duda, la más acogedora
por cuanto es la más flexible para coordinar factores plurales. Por ello es
evidente que los matices diferenciales de Esperanza Aguirre no eran un estorbo
sino una puerta abierta a las colaboraciones más amplias que parecen necesitar
los asuntos públicos en estos tiempos.
Es muy triste,
por todo ello, que una vocación política de esta categoría pase a la reserva.
Pero es una dura demostración de cómo es nuestra vida terrenal en la que el
espíritu, por fuerte que sea, está condicionado por soportes físicos y
afectivos inseparables. Los políticos no son dioses sino seres de carne y
hueso, voluntariamente capaces de riesgo y sacrificio mayores de los que
soportan sus semejantes sin compromiso público. Pero sus límites personales y
familiares son los mismos que los de los demás y están en su propia carne. Ni
son eternos, ni invulnerables, ni insensibles. Por eso su tarea es el oficio
más elevado cuando se ejerce con convicción y no como un vulgar "enchufe" a una
corriente del momento. Aquí no hay ningún enigma ni Esperanza es ninguna misteriosa
esfinge. Solo su propia humanidad al descubierto ha sido capaz de dejar
huérfanas las muchas expectativas que despertaba su vocación política.
El premio
Nobel
Mario Vargas Llosa se equivoca cuando habla, en reciente artículo en "El
País", de Esperanza Aguirre como una
Juana de Arco liberal. Nos demuestra que
sus propias tentaciones políticas de antaño han sido dominadas por su brillante
imaginación literaria de hogaño. Esperanza no es una iluminada que escucha
voces celestiales y cuyo destino de mártir es arder en la hoguera. Es una mujer
con los pies en la tierra, con tacones o con calcetines, madre, esposa y amiga,
como debe de ser una política que si no es realista es una quimera. No vive en
el reino de los sueños ni tiene coraza para proteger su pecho. Su retirada
merece ser comprendida sin especulaciones ni fantasías, como un gesto humano de
sinceridad, tan claro como lo han sido
sus actuaciones en el campo de la política.
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