Una cierta saturación, el día a día, intereses cruzados y bastante
desidia, nos hace a veces perder perspectiva política. Por eso, de vez en
cuando, conviene mirar atrás para poder
proyectarnos hacia el futuro y que no nos metan gato por liebre.
Hace cincuenta años en Alemania, con presencia masiva vasca, se
estuvo en lo que la dictadura llamó El Contubernio de Munich. Dirigentes del
interior y del exilio se dieron la mano por primera vez. Sobre la mesa se
pusieron tres demandas: Democracia en Europa, República y Autonomía para
Euzkadi y Catalunya. No para Murcia, con todos los respetos. Este año 2012 el
recuerdo del cincuentenario pasó desapercibido. Era lo que se buscaba. Que no
se hable de estas cosas. Les deja en evidencia.
En 1976
Franco llevaba un año en el Valle de los Caídos, pero la
estructura de su régimen, aunque podrida, estaba intacta. Designado presidente
Adolfo Suárez éste buscó interlocutores en la oposición. Y había que elegir un
vasco. Todos los partidos, salvo lo que sería HB, eligieron a
Julio Jáuregui
para que les representara ante el poder central.
Julio Jaúregui tenía una trayectoria acreditada. Había sido en
1936 diputado con 26 años. Elegido junto a
José Antonio Aguirre y
Eliodoro de
la Torre por la provincia de Bizkaia no pudo ejercer su mandato. Unos militares
felones se sublevaron en África. Un comprometido exilio lo había curtido. Era
un negociador nato.
El 10 de diciembre de 1976 el presidente Suárez le recibió
secretamente en Madrid. La ikurriña no estaba legalizada. Jaúregui le trasladó
dos demandas ineludibles: la amnistía total y la recuperación del estatuto del
36. Fue un primer cambio de impresiones.
El 11 de enero de 1977, la fotografía de
Felipe González,
Antón
Canyellas, Julio Jáuregui y el monárquico
Joaquín Satrustegui ante La Moncloa,
dio la vuelta al mundo. La reunión duró tres horas. Se trató fundamentalmente
de la legalización de todos los partidos, de la salida de los presos y de la
necesaria autonomía, haciendo una clara distinción entre nacionalidades y
regiones.
Quiero resaltar que a esta primera reunión pública de la oposición
con un gobierno todavía no democrático, acudieron cuatro representantes. Un
socialista, Felipe González, un liberal monárquico, Joaquín Satrústegui, un
catalán, Antón Canyellas y un vasco, Julio Jaúregui.
Y es que en ese momento solo había dos demandas de autogobierno.
Solo dos.
Aquel enero fue el mes de la ikurriña, de la prohibición de la
concentración de Etxarri Aranaz y de la actividad intensa de Jáuregui zurciendo
acuerdos y ganándose voluntades. Aquel mes de marzo el PNV salía públicamente
de la clandestinidad tras su Asamblea nacional celebrada en Iruña. Se aprobaron
cuatro ponencias clave: política, organización, educación y cultura y economía
y se renovaron todos sus cuadros. Terminó la misma con un gran mitin en el
Pabellón Anaitasuna. Fue el gran reencuentro. Julio Jáuregui tomó la palabra y
dijo:
-No hemos ido a Madrid a hablar con el gobierno para negociar la
amnistía. El PNV no necesita consejos de nadie y sabe que la amnistía no es
negociable.
-Estamos dispuestos a presentar querella criminal contra el
Tribunal Militar de Burgos por incumplimiento del decreto real sobre la
amnistía, por no haber enviado los testimonios de sentencia a la Audiencia Nacional.
-La guerra de Franco y sus seguidores fue el delito de sangre más
grandioso que conoce la historia.
Por esto último, casi le procesan.
Al poco se abordaron estos asuntos en función de aquellas dos
demandas que se le entregaron a Suárez en documento escrito el 3 de febrero de
1977. La comisión negociadora había pasado de cuatro a nueve: Antón Canyellas
(UDC),
Santiago Carrillo (PCE), Felipe González (PSOE),
Francisco Fernández
Ordoñez (Socialdemocracia), Julio Jaúregui (PNV),
Valentín Paz Andrade (Galicia),
Jordi Pujol (CDC),
Enrique Tierno (PSP) y Satrustegui (Liberales).
De aquel documento entresaco solo tres apartados:
1. La descentralización del Estado para adecuarlo a las exigencias
que plantean el carácter plurinacional y plurirregional de España, es una
necesidad urgente impuesta por el propio proceso democrático, a fin de que su
curso llegue a cubrir los mínimos de credibilidad a que aspira esta
negociación.
2. Las fuerzas representativas de las nacionalidades podrán y
deberán realizar una negociación paralela y complementaria con el Gobierno, a
fin de desarrollar con mayor amplitud y profundidad las exigencias que le son
propias.
3. La Comisión Negociadora urgirá del Gobierno el restablecimiento
de las instituciones emanadas del consensus popular en las nacionalidades
catalana, gallega y vasca, o la creación inmediata de organismos que garanticen
la recuperación o consecución de autonomías, en la confianza de que ello
servirá para normalizar la convivencia ciudadana.
Estamos hablando de 1977. Nadie hablaba de Madrid como Autonomía.
Nadie.
Con esta base vino la discusión constitucional en 1978. Y allí se
libraron entre otras, dos batallas muy importantes. Una fue articular donde
residía la soberanía nacional. Nuestra enmienda decía que ésta residía en los
pueblos que componen el estado. Pero salió por acuerdo del PSOE, UCD y AP que
la única soberanía residía en el pueblo español. Como si fuera uno, grande y
libre. Se perdió la gran oportunidad, pero para paliar el mazazo se matizó
diciendo que el estado estaba compuesto por "nacionalidades y regiones". Ante
ello la derecha puso el grito en el cielo. A toda nacionalidad le corresponde
una nación y ésta, para ellos, solo puede ser la española. Sin embargo la distinción
salió. Ahí está intocada en el artículo 2.
Aquel debate fue muy intenso.
Miquel Roca Junyent en nombre de "Minoría Catalana" hizo uso de la palabra para oponerse al voto particular
presentado por el Grupo parlamentario de AP. "Ha dicho
Don Licinio de la Fuente
(AP) -y quiero decir que en esto coincidimos plenamente y lo digo con toda
sinceridad- que "nacionalidades" y "nación" quieren decir
exactamente lo mismo. Es verdad, quieren decir absolutamente lo mismo". Más
adelante añadió: "En el Derecho moderno las naciones han tendido a confundirse
con la realidad del Estado. Esto ha creado dos conceptos: el de la
nación-Estado y el de naciones sin Estado. Estas naciones sin Estado es lo que
ha venido en llamarse "nacionalidades"." (...) "España es una
realidad plurinacional".
A la derecha española
aquello no le gustó. En la reunión de la Junta Nacional de AP celebrada el 30
de octubre de 1978, se debatió la actitud a adoptar ante el referéndum
constitucional. Votaron en contra del Título VIII y acordaron mantener una
severa crítica contra la inclusión del artículo 2 a cuenta de la palabra
"nacionalidades" porque iba contra el principio de unidad de la Nación
española. Le dieron una importancia que hoy se la quitan o la ignoran. Pero ahí
está. Establece la diferencia.
Termino con dos conclusiones.
1.- En tiempos de la República solo se aprobaron dos estatutos. El
catalán y el vasco. El gallego fue plebiscitado. La guerra lo impidió. Durante
cuarenta años, solo la llama de ésta reivindicación fue mantenida en Euzkadi,
Catalunya y Galiza. Por nadie más.
2.- Al inicio de la transición, solo había éstas tres demandas.
Posteriormente la Constitución dejó claramente definida la existencia de
"nacionalidades y regiones". El 23-F, la Loapa, la presión militar, la política
de UCD, AP, PP y el PSOE, el café para todos, han creado este Frankestein
español del Estado de las Autonomías
donde ya no hay naciones, ni regiones y donde no se ha querido abordar la
asimetría y singularidad del estado. Todo esto acaba de estallar y es insostenible
y mientras no vuelvan a conectar con las demandas reales de la sociedad como en
1978, éste estado comatoso, no saldrá adelante. O asumen que en este estado solo
hay tres naciones históricas y formulan un planteamiento confederal que dé
salida a Cataluña, o lo ocurrido el pasado 11 de setiembre en Barcelona no hará
más que crecer. Y la responsabilidad será exclusivamente de ellos. ¿Madrid
nacionalidad?. ¡Vamos hombre!
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