Comienza un otoño caliente
El Gobierno, destinado a desoír las protestas de los ciudadanos: habrá más ajustes
lunes 17 de septiembre de 2012, 13:12h
El Gobierno ha recibido este fin de semana dos mensajes apremiantes y contradictorios entre sí. Por un lado, la calle ha escenificado su hartazgo ante las consecuencias sociales delos recortes económicos, y ha exigido al Gobierno un cambio de políticas y, en su caso, un referéndum para comprobar el grado real de apoyo ciudadano a las decisiones del Ejecutivo.
Desde el otro extremo, el ministro español de economía, Luis de Guindos,
ha podido comprobar de primera mano en la reunión del Ecofin en Chipre
que los socios europeos esperan de España que recoja el guante lanzado
por el BCE y solicite el rescate, una decisión que forzosamente tendrá
que ir acompañada de nuevos sacrificios por parte de todos los
ciudadanos. El otoño caliente ya está aquí.
Luis de Guindos despertó todas las especulaciones cuando el
pasado viernes abandonó súbitamente la sala en plena reunión del Eurogrupo,
formada por los ministros de finanzas de la zona euro, en Nicosia (Chipre). Al
cabo de un rato, el ministro español se volvió a incorporar a la reunión, y su
equipo explicó que su ausencia se debía a una indisposición por un proceso
gripal.
Entre la espada y la
pared
Una gripe la coge cualquiera, pero en el caso del ministro De
Guindos, al cansancio y al estrés propios de su cargo hay que añadirle en estos
momentos la seria preocupación que debe invadir al titular de Economía dado el
dilema al que se enfrenta el Gobierno, entre la espada y la pared del hartazgo
ciudadano a sus políticas de ajuste, y de la presión de
Berlín y Frankfurt para que dé nuevos pasos en la misma dirección, y rápido.
Por un lado, el descontento ciudadano por las medidas de
ajuste y los recortes, en aspectos hasta ahora considerados básicos del estado
de bienestar, está cada vez más extendido y la calle amenaza con convertirse en
los próximos meses en una auténtica olla a presión, tomando como
referencia la manifestación de este
pasado sábado en Madrid.
Pero, por otro lado, De Guindos sabe que no hay alternativa
posible al compromiso de consolidación fiscal, como le han dejado bien claro
sus socios europeos en la reunión del Ecofin de Chipre.
Draghi nos ha dado
tiempo, pero hay que aprovecharlo
Como bien explicaba ayer el ex gobernador del BCE, Jean
Claude Trichet, en una entrevista en El País, el aspecto más relevante de la
valiente decisión de Draghi de apoyar de forma ilimitada a los países que lo
necesiten, es que concede a éstos un margen de tiempo del que antes carecían
para llevar cabo las medidas necesarias de sostenibilidad fiscal.
Y eso significa que efectivamente la pelota está en el
tejado de Mariano Rajoy, y por mucho que estos días haya acariciado la idea de
renunciar al rescate, mecido por el espejismo de la aparente estabilización de
la prima de riesgo, lo cierto es que De Guindos sabe que el momento para actuar
es ahora, y que se deben tomar en las próximas semanas decisiones de calado.
La primera y más urgente es una nueva ronda de reformas y
ajustes cuyo anuncio coincidirá previsiblemente con la presentación de los
presupuestos para el año que viene. Y esto es así porque el objetivo de déficit
para este año se está complicando mucho y existe el riesgo cierto de que se
sobrepase no en una décima o en dos, sino significativamente.
Este es un asunto que preocupa y mucho en Bruselas, y
Guindos ha tratado de tranquilizar a sus socios afirmando que están preparados
para tomar nuevas medidas si fuera necesario.
Es comprensible que una parte de la sociedad se muestre
completamente en contra de nuevos ajustes, pero el Gobierno debería hacer un
esfuerzo para explicar que ahora mismo la causa que explica lo agudo de nuestra
recesión (y que a su vez está detrás del desvío en el objetivo de déficit) radica
en las duras condiciones financieras en que se encuentra nuestra economía desde
hace más de un año, y por tanto, la mejor forma de volver al crecimiento es
disipar las dudas que existen en quien nos tiene que financiar, y eso pasa por
mantener la apuesta por la consolidación fiscal.
Unión Bancaria en
entredicho
La reunión de Chipre ha servido también para escenificar el
agrio enfrentamiento entre Francia, Italia y España, por un lado, y Alemania y
Reino Unido, por otro, a cuenta de la creación de un gran supervisor a escala
europea que controle a los bancos del continente.
Una trifulca que además puede dar como resultado un retraso
en la creación de la Nnión Bancaria, lo que sería realmente contraproducente
para España, pues su puesta en marcha es uno de los requisitos para la
recapitalización directa de los bancos en apuros por parte del mecanismo de
ayuda creado por Bruselas. Y un retraso en la recapitalización directa de los
bancos significará que las cuentas públicas españolas tendrán que asumir como
propias el grueso de las ayudas que reciba el sistema financiero, que es lo
último que necesita ahora mismo España si quiere avanzar en la estabilización
de las cuentas públicas.
Lo cierto es que los
líderes europeos acordaron la creación
de un organismo de este tipo en la cumbre del pasado junio, y la Comisión
Europea ha seguido las directrices al pie de la letra y ha anunciado un plan
por el que el BCE se convertiría a partir de enero de 2013 un macro-supervisor
para los más de 6.000 bancos de la Unión Europea. Esta propuesta tiene una
serie de ventajas, como que permitiría una supervisión a escala global que
ayudaría a combatir las deficiencias en el control de las entidades que están
en la base de la gran crisis financiera que aún nos atenaza.
También presenta inconvenientes, como dotar al BCE de una
dimensión desconocida, la de supervisor único del sistema financiero, que se
añadiría a su función actual de responsable de la política económica. Esto
supone cargar a la institución con unas obligaciones logísticas y de recursos
humanos para la que quizá ahora mismo no
esté preparado.
Alemania, en contra
A ello se agarra principalmente Alemania, que aduce que
cuenta con más de 1.000 funcionarios que se dedican a vigilar sus entidades, y
opina que el BCE no está preparado para asumir esa función con el mismo rigor,
por lo que apuesta por establecer simplemente una supervisión europea sobre los
bancos considerados sistémicos, dejando a los demás bajo el control de los
bancos centrales nacionales.
Otros, en cambio, sospechan que el fin último de
Berlín es evitar que el BCE meta las narices en las cañerías del sistema
financiero alemán, con muchas entidades regionales con problemas ocultos.
En esta batalla Alemania cuenta como aliado al Reino Unido, que
no está dispuesto bajo ningún concepto a ceder la supervisión de los bancos de
la City fuera de sus fronteras. Y además, se da la circunstancia que el BCE
supervisaría a todos los bancos de la UE, incluidas las entidades de los países que no están en el
euro, lo que generaría una fuente de conflictos con la nueva Autoridad Bancaria
Europea, creada el año pasado para servir de organismo de coordinación de las
políticas financieras de los estados de la unión.