Los enemigos de la reforma educativa
lunes 17 de septiembre de 2012, 08:03h
¿Por qué tiene tantos enemigos aparentes la reforma educativa del
Gobierno cuando los datos demuestran de forma incontestable que el fracaso
educativo, fruto de las reformas de los Gobiernos del PSOE, es, el peor lastre
para el desarrollo de España? No es sólo que el desempleo juvenil (menores de
24 años) llegue ¡al 53 por ciento! O que el 60 por ciento de los desempleados
carezca de toda titulación académica. O que el índice de abandono escolar esté
en el 30 por ciento, el doble de la media europea. O que haya más de dos
millones de jóvenes que ni estudian ni trabajan ni tienen perspectivas de hacer
una cosa o la otra. O que, por no seguir hasta el infinito, España sea el primer
país de la Unión Europea en cuanto a desigualdades educativas entre comunidades
autónomas.
Los que nacen en el País Vasco o Madrid tienen más posibilidades de
recibir una educación de calidad que los que nacen en Extremadura o Castilla-La
Mancha. Mientras las dos primeras autonomías están entre las diez primeras de Europa
con mayor porcentaje de población con niveles educativos superiores, sólo el 16
por ciento de la población extremeña o el 17 por ciento de la castellano-manchega
han ido a la Universidad. El País Vasco y Navarra tienen, además, la mejor Formación
Profesional que se imparte en España frente al deterioro permanente de este
nivel educativo, fundamental para el desarrollo, en el resto de España, no sólo
ahora sino en los últimos cuarenta o cincuenta años.
Si somos desiguales en la
educación que recibimos, si el fracaso escolar es descomunal, si no hay recetas
contra el abandono escolar, si las reformas educativas han sido un lastre y no
un impulso, ¿por qué la resistencia?
Estas son algunas razones: la educación es un arma ideológica para gobernar y
ningún partido quiere un pacto escolar que busque el acuerdo; nunca se ha
contado de verdad con la comunidad escolar, que es quien tiene que aplicarla,
ni con las familias, que son los titulares del derecho a la educación de sus
hijos; el abandono de políticas educativas donde primen el esfuerzo, el
conocimiento y el mérito; la demagogia de pretender que todos los estudiantes
lleguen a la Universidad, como si ese fuera el objetivo único, desatendiendo
otros niveles imprescindibles para el desarrollo, como la Formación
Profesional; un sistema educativo que desincentiva a los que trabajan y trata a
todos por igual, que frena la búsqueda de la excelencia y prima la nivelación
por abajo; haber demolido la autoridad del profesorado; la renuncia del Estado
a controlar la calidad, exigir el cumplimiento de las leyes y buscar unos
mínimos de igualdad entre todos los españoles... Podríamos seguir hasta el
infinito, pero sobre todas ellas, sin duda está la ausencia de un debate
abierto, serio, responsable sobre el futuro de la educación y de la
investigación, sustituido por una imposición tras otra, sin voluntad alguna de
acuerdo, del partido que ha tenido el Gobierno.