No todos los pies entran en el mismo zapato
viernes 14 de septiembre de 2012, 09:55h
Escribía José
María Aznar en el periódico de Logroño
"Nueva Rioja" el 30 de mayo de 1979 que "en lugar de concebir un plan serio y
responsable de organización
territorial de España, se ha montado una
charlotada intolerable que ofende al buen sentido". No le faltaba razón,
pero por razones distintas. En aquel año 79
se discutían en
las Cortes los estatutos de Gernika y Sau y Aznar protestaba por la forma como
se debatían
aquellos textos que le parecían excesivos. Hoy, 33 años
después, el
PP y el PSOE deberían de
ponerse de acuerdo sobre lo que hacer con el estado autonómico, porque lo que
se oculta, no se puede arreglar. Y digo el PP y el PSOE
porque los dos se autoproclaman partidos vertebradores del estado español.
Si en
1932 se aprobó el estatuto de autonomía catalán y en 1936, en plena guerra, el
vasco, hace treinta y tres años solo esas dos reivindicaciones estaban encima
de la mesa. Galicia, que no pudo tener su estatuto en 1936 aunque ya estaba
plebiscitando, emitía mensajes más tibios dada su fragmentación política, pero
catalanes y vascos, ahí estaban con la misma reivindicación que la vivida
cuarenta años antes.
Una Generalitá provisional
que fue aprobada en Consejo de Ministros en 1977 y nucleada alrededor de la
figura de Josep Tarradellas, fue regulada por medios estatales y con muchas
advertencias para que fuera solidaria con "las demás regiones de España". Esa
fue la noticia política de aquellos tiempos mientras las tres fuerzas
principales vascas, PNV, PSE y UCD se reunían en Madrid con el ministro de
Administraciones Públicas Manuel Clavero Arévalo en una segunda conversación
tratando de lograr un régimen preautonómico, sin trasladar al Lehendakari
Leizaola de París a Euzkadi. Se sabía que la preautonomía vasca no iba a tener
el grado competencial del primer estatuto de 1936 y el PNV decidió que Leizaola
permaneciera en el exilio como un símbolo de lo que había sido aquella
conquista para, en negociaciones posteriores y aprobada una nueva Constitución,
lograr un texto equiparable, previa devolución del Concierto Económico para las
"provincias traidoras" Bizkaia y Gipuzkoa.
Don Manuel de Irujo que ya
había vivido situaciones parecidas siendo miembro de la minoría vasco-navarra
en 1932 con el Estatuto de Estella le recordaba a Jesús Aizpun la necesidad de
que Navarra no se desgajara del cuerpo nacional vasco mientras en la calle se
coreaba en las manifestaciones "¡ Del Burgo, Aizpun, Navarra es
euskaldun!", "Nafarroa Euzkadi da".
Decía Irujo:
"A
Aizpun le hace reaccionar la proyección demográfica y socioeconómica del tiempo
sobre nuestro país. Mas las realidades hay que aceptarlas tales como son.
Cuando se tramitaban la confección de la Ley Paccionada, Navarra contaba con un
número de habitantes, algo inferior, casi igual, que Alava, Guipúzcoa y Vizcaya
juntas. Hoy las cuatro rondan los tres millones y Navarra el medio millón. En
aquel entonces, Pamplona era la capital de mayor número de habitantes, hoy es
la tercera. Del desarrollo industrial, socioeconómico, del litoral vasco, no
hacen falta comentarios para darse cuenta de su realidad. ¿Qué podemos hacer
ante esta situación?. Aprovecharla en bien del país, apoyándonos en su unidad
hasta donde podamos, defendiendo nuestra identidad cuanto sea preciso, haciendo
honor a nuestro pasado y preparando un futuro mejor".
Mientras
se recordaban estas cosas que habían sido sepultadas en el olvido por la
dictadura, en aquella primera semana de octubre se quiso recordar, uniéndolo a
la negociación con Clavero Arevalo, que el 7 de octubre de 1936 los alcaldes
vascos habían elegido en Gernika el primer Lehendakari de la historia y que
éste había formado un gobierno de unidad. El año anterior, el Prefecto de los
Pirineos había prohibido celebrar en Donibane Lohitzun el cuarenta aniversario
de aquella fecha por presión española, pero, un año después y tras las
elecciones del 15 de junio, se eligió Bilbao como el lugar para celebrar una
gran manifestación de recuerdo y reivindicación estatutaria.
Ahora,
la lA,
toma el discurso de Monzón, y se presenta en el balcón del hotel Carlton recordando el gobierno de Aguirre que fue de
concentración,
aunque no estuvo la derecha. A mi no me importa esta
foto si es sincera. Porque aquel gobierno fue un gobierno ético
que se preocupó, en tiempos de guerra, de mantener las garantías de
todos los ciudadanos y cuando hubo excesos los denunció. Pero ¿qué credibilidad
tienen aquellos que aplauden la foto del Carlton y se niegan en sus
ayuntamientos a reconocer el lugar en la historia de
Aguirre y de su gobierno?
Hace
treinta y tres años, solo se movían en este terreno, vascos y catalanes. Tres
años después, para embridar a vascos y catalanes, se generalizó todo el
proceso, echando agua al vino, con objeto de que la construcción autonómica no
tuviera el carácter confederal que aquellos primeros pasos estaban
consolidando. Otro gallo le hubiera cantado hoy al estado español si las
llamadas nacionalidades históricas, Catalunya, Euzkadi y Galicia hubieran
recuperado aquel año los estatutos logrados en tiempos de la república y el
resto del estado hubiera tenido una amplia descentralización administrativa,
sin contenido político, porque, vuelvo a repetir, aquel año de 1977, aquí solo
había dos demandas y media y, desde luego, nunca Madrid hubiera solicitado una
autonomía de la que no conocía ni la palabra. Los lodos de hoy vienen de
aquellas lluvias irresponsables sembradas a voleo por no querer reconocer el
carácter singular y diferencial de lo que en 1977 pedían vascos y catalanes.