Mariano Rajoy pasa por ser un político al que le gusta solucionar
los problemas mediante la técnica del paso del tiempo, es decir,
dejar que las cuestiones conflictivas se vayan macerando en la salsa
de la actualidad diaria hasta que caen como fruta madura.
Pero dejar pasar el tiempo es precisamente casi la única política
que no le van a permitir al gallego sus socios europeos a la hora de
afrontar la previsible petición de rescate por parte de la economía
española.
Es más, muy probablemente los ministros de finanzas que acudan a
Chipre el viernes lo hagan con la firme intención de no abandonar la
isla sin antes haber obtenido un compromiso claro de que
efectivamente esa petición de ayuda de España se va a producir, y
pronto.
Mario Draghi ha conseguido torcer el brazo del ala más
ortodoxa de la institución con sede en Frankfurt, y con su valiente
compromiso de hacer lo que sea necesario para aliviar los problemas
de transmisión de la política monetaria ha solucionado una
parte fundamental de esta ecuación irresoluble en que se había
convertido la crisis de la eurozona.
Pero como explicaba ayer
Moody's, el BCE no ha
solucionado toda la ecuación. Tan solo la más técnica y
económica. Resta por resolver aún la parte quizá más
delicada, la política. Porque la pelota está ahora en el tejado de
los políticos, y más en concretamente, de los políticos de España
e Italia, los dos países para los que han sido diseñados las líneas
de crédito del mecanismo de ayuda europeo. Y más concretamente aún,
de Mariano Rajoy, el jefe del gobierno de la economía que está en
el foco de todas las miradas de los mercados estos días.
"El BCE ha dicho que está listo para ayudar, pero que solo
puede construir un puente, los países tienen que hacer su trabajo
también", ha explicado a Bloomberg el influyente gestor de Pimco,
Mohamed El-Erian.
Porque entre otras razones el BCE no puede actuar por iniciativa
propia, sino que es el estado miembro el que lo tiene que solicitar.
Y dicha ayuda estará sujeta a un Memorandum of Understanding (MoU)
como el elaborado para el rescate de la banca en junio. Es decir,
habrá condicionalidad por las ayudas. No sabemos aún de qué tipo,
y es precisamente lo que se está discutiendo estos días entre los
representantes del Gobierno español y sus socios comunitarios.
La tentación para Rajoy puede consistir precisamente en intentar
ahorrarse ese mal trago de tener que pedir públicamente un rescate,
con condiciones quizá aún más duras que las ya asumidas para la
economía española, y en su lugar aprovechar que los anuncios del
BCE han devuelto la calma a los mercados y han dado un respiro a la
prima de riesgo para dejar pasar el tiempo y hacer oídos a esa
presión para que pida el rescate.
Es una estrategia que puede tener lógica política interna, pero
por desgracia no hay visos de que pueda tener ningún recorrido. Los
mercados han aflojado su mandíbula sobre la economía española,
pero no han soltado su presa. En el momento en que los inversores
percibieran que España está planteándose no acudir al rescate,
redoblarían su presión sobre nuestra deuda y volveríamos otra vez
al punto en que estábamos este pasado mes de julio.
Pero es que además, nuestros socios europeos acogerían esa
estrategia de España con ojos muy críticos. En Frankfurt nadie
entendería que el BCE se jugara todo su prestigio y arriesgara una
división interna para ofrecer una ayuda cuyo supuesto
beneficiario no está dispuesto a recibir. Y en Berlín
la
canciller Merkel, que está poniéndose del lado de Draghi y en
contra de la opinión pública alemana en este asunto, y por tanto
alienando a su electorado, se quedaría realmente perpleja si Rajoy
decidiera intentar evitar la petición de ayuda por cálculos
electorales.
Por todo ello, es bastante posible que las cartas de Rajoy en esta
partida estén marcadas desde el principio, y el presidente español
no tenga margen de actuación en su intento de evitar la petición de
auxilio financiero.
A partir del viernes, en Chipre, comprobaremos hasta qué punto se
pueden alargar los plazos, pero nadie augura que el rescate se pueda
demorar más allá de noviembre. Lo único que juega a favor de
Rajoy, en términos de calendario, son las elecciones presidenciales
de EEUU, pues
Barack Obama ya ha dejado claro a sus colegas
europeos que bajo ningún concepto está dispuesto a tener que
jugarse la reelección en la Casa Blanca en medio de un nuevo
estallido de la crisis europea, por lo que es previsible que
cualquier nuevo brote de tensión, o decisiones de calado, se
postergarían hasta después del primer martes de noviembre.
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