En tiempos de crisis no solamente no se debe hacer mudanza, según la máxima ignaciana, sino que, además, hay que tener especial cuidado con lo que se dice y cómo se dice lo que no conviene, o sí conviene, decir. Hay palabras malditas, como "rescate"; así lo dijo uno de los más importantes empresarios del país en la reunión del Consejo Empresarial para la Competitividad con el
Rey. 'Banco malo' es -era-otro término maldito, execrable, hasta que alguien cayó en la cuenta de que habría que aceptarlo, contra lo que inicialmente dijo quien podía decirlo y luego no ha podido sostenerlo. Lo mismo que IVA, denominación que alguien transformó en 'impuestos especiales sobre el consumo' antes de aceptar que habría que subirlo pura y duramente. Y así podríamos seguir un largo trecho...
Quizá porque no solamente el que escribe se proscribe, sino por estar convencido de que somos dueños de nuestros silencios y esclavos de nuestras palabras, sobre todo desde que existen las hemerotecas,
Mariano Rajoy habla tan poco, aunque ahora sabemos que el domingo aparecerá, rara avis, una entrevista con él publicada por cuatro grandes diarios europeos. Pero, al margen de la excepción, el caso es que la ciudadanía reclama explicaciones convincentes, discursos meditados, rendiciones de cuentas completas y no calladas por respuesta, evasivas continuadas y una exposición, cuando se da, farragosa. Esta, que se nos hable claro, es si duda la primera condición para que la confianza vuelva al ánimo de los españoles. Si se negocia un rescate con Europa, dígase; si se van a subir forzadamente los impuestos, anúnciese; si se va a crear ese 'banco malo', explíquese cómo, con quién, cuándo y cuánto.
Ocurre, no obstante, que ni las explicaciones convincentes ni los discursos meditados están siendo la tónica de este verano inflamable que ya se va (tampoco lo fueron en primavera, claro. Ni en invierno, ni...). Por ejemplo, voces gubernamentales consiguieron convertir una acción positiva, la prórroga del subsidio de cuatrocientos euros a los parados de larga duración, en casi un insulto a gentes tan desafortunadas. Y no me diga usted que la manera en la que la Generalitat catalana pidió el 'rescate' -qué le hemos de hacer: es el término más ajustado-de cinco mil millones al Estado español no fue desdichada, casi mal educada y grosera.
Esa falta de educación y tacto era, explicaron medios de la Generalitat en Madrid, solamente para 'consumo interno', un sacar pecho ante la parroquia. Como de consumo interno debe ser el lema con el que se celebrará, el próximo día 11, la Diada: "Catalunya, próximo Estado en Europa". Otra disparatada idea en momentos en los que el presidente del Gobierno español -reuniones con
Hollande, con
Merkel-, y el propio jefe del Estado, se empeñan en ofrecer precisamente a Europa, fuente -dice Rajoy-de toda salvación, la imagen de una España unida. Tan, tan disparatado es este año el planteamiento de la fiesta nacional catalana que el mismísimo
Artur Mas ha anunciado que no acudirá a la celebración de la 'Diada, como muestra dicen, del disgusto que le ha producido el lema...amparado desde su propio partido, Convergencia Democrática de Catalunya.
Eso es lo malo: que vivimos entre el exabrupto y el retracto, cabalgando siempre por las aguas de una ambigüedad ni siquiera calculada y a lomos del desmentido, queriendo matar al mensajero. El resultado es que las palabras malditas, las frases más inconvenientes, las interpretaciones forzadas ante los silencios poco naturales, son lo que acaba prevaleciendo en el ánimo con el que los ciudadanos perciben la parte tácita de los mensajes oficiales. Y ello redunda, desde luego, en el descrédito y desconfianza que se muestran a quien evita, con pequeños rodeos que son como largas mentiras, llamar al pan, pan y al vino, vino.
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