miércoles 29 de agosto de 2012, 20:28h
En la Cataluña oficial
se hace equilibrios para no hablar de "rescate". Lo mismo que hacen el PP y Rajoy
respecto a su rescate europeo. A nadie le gusta que le echen un cable porque
está zozobrando en la línea de flotación y prefiere escudarse en la
terminología oficial: "acogerse al Fondo de Liquidez Autonómica". Al fin y al
cabo el nombrecito de marras no se lo ha inventado Cataluña.
Esos cinco mil y
pico millones representan menos de lo que el Gobierno central debe cada año a
Cataluña por el Fondo de Competitividad o por la disposición adicional del
Estatut que garantiza un volumen de inversiones acorde con su PIB, aspecto por
cierto que no se cargó el Tribunal Constitucional, pero que el último gabinete
socialista y el actual popular se han saltado a
la torera.
De modo que tiene
razón la Generalitat cuando aduce que no piensa dar las gracias al Gobierno
porque ese dinero que se solicita es dinero de los catalanes que ha ido a parar a las arcas del Estado. En realidad es
mucho menos del que aporta anualmente y que ya no vuelve.
Otra cosa es que
el momento político no es el más propicio para encima alardear de que aquí
iríamos sobrados con un pacto fiscal o concierto económico pero que nos tienen
que dar 5.023 millones para llegar a fin de año sin dejar colgados a los
inversores que compraron deuda o a los proveedores que ven retrasados sus
cobros. El Govern no dice nada de las nóminas de más de cien mil funcionarios,
que eso viene por otro conducto, la transferencia mensual que depende del buen
o mal humor del ministro de Hacienda, y que el mes que se se retrasa crea más
de una mala digestión.
Simultáneamente a
esta petición de rescate, la Generalitat plantea oficialmente y así se verá en
la cumbre de septiembre entre Rajoy y Mas, la fórmula de un pacto fiscal que
acabe con los actuales desajustes entre lo que se aporta y lo que se recibe,
unos ocho puntos del PIB anuales, más o menos. Por otro lado se acerca la
Diada, que este año ahonda en el desapego a España con un lema central
"Cataluña, próximo estado en Europa" que no es que ayude, precisamente, a que
se nos mire desde el resto de España con especial mimo. De ahí que Artur Mas ya
haya rehusado asistir a la manifestación encabezada con ese lema aunque ha dado
libertad a sus "consellers" para que se sumen aunque sea "a título personal".
En este contexto,
con la tuerca soberanista pasada una vuelta más, la administración autonómica
se debate entre hacer bondad, tocar las campanas pero sin acudir a la
procesión, o forzar la ruptura hacia una vía de camino y resultado incierto. En
cualquier caso nadie se ha atrevido aún a desvelar cuál es ese "plan B" por si
un día el gobierno español dice "no" y el catalán responde a su vez con un
"basta".
No es que haya
que bajar la cabeza en acto de sumisión pero quizás tampoco es prudente pavonear
que no se aceptarán condiciones políticas que por cierto tampoco nos han sido
explicadas. Vivimos una época en que primero se habla de dinero -sea la Unión
Europea o España- y luego te deletrean la letra pequeña del contrato de
préstamo. Ya tendríamos que saber si en el AVE
van a ver o no unos señores de negro, si éstos van a revisar las
partidas presupuestarias y lo que hay que pagar y lo que no -ya sabemos qué
querrían que se quedara fuera- o si una cierta indisciplina en el cumplimiento
de las normas financieras podría acabar en una intervención pura y dura. O sea,
la conversión de la Generalitat en una especie de oficina regulada desde
Madrid. Este último escenario es impensable y desde luego sería imprudente.
Aunque el Estatuto de 1932, tantas veces invocado como modelo, recogía esta
posibilidad de suspensión de la autonomía.
En cualquier
caso, dense prisa. También Madrid en formalizar la ayuda de Bruselas y el
gobierno Rajoy en aprobar e implementar el Fondo de Liquidez Autonómico.
Cataluña ya ha movido ficha.