lunes 13 de agosto de 2012, 16:22h
Un colega, Joaquín Gil, publica en 'El País'
un artículo ignífugo: alrededor de él, todo arde, los titulares de las
noticias que le rodean remiten a una realidad de llamas y caos, las
propias páginas del diario diríase que van a entrar, con tanta carga de
fuego, en combustión.
Incendios por todas partes, en Alicante, en Guadalajara, en La
Gomera, en los parques nacionales de Doñana, Garajonay y Cabañeros, en
Gerona, en Orense, en Tenerife... Pero emerge de ese infierno, lo señala
Gil en su artículo, un milagro, el milagro del árbol ignífugo, que no
arde, que no se quema, y que como todos los milagros, estaba ahí, en la
vida corriente, y lleva ahí desde que el mundo es mundo.
La diferencia es que de éste milagro hay fotos: las de la masa de
cipreses, en torno al millar, que no ardió pese a hallarse en el corazón
mismo del catastrófico incendio forestal de Andilla que calcinó hace
poco unas 20.000 hectáreas.
"El enigma de los cipreses ignífugos", lo titula Gil, pero, si me
permite una pequeña rectificación que no deja de ser admirativa, no hay
enigma ninguno: el ciprés, probablemente, junto a la palmera, el árbol
más bello y elegante de la tierra, gozó siempre, hasta que la ciencia
actual terminó de despreciar cuanto ignora, de fama de incorruptible.
Por diversas razones naturales que los botánicos conocen y que las
más refinadas civilizaciones antiguas tampoco ignoraban, el ciprés es
el árbol perfecto, tanto más en la arboricida España, donde los árboles,
esos dioses de madera, son invariablemente pasto del fuego o de la
tala. Renuente a arder y a pudrirse, espiritual, medicinal,
hospitalario, símbolo de la unión entre el Cielo y la Tierra, entre la
Vida y la Muerte, el ciprés podría ser, con una política de repoblación
forestal inteligente, una maravillosa barrera natural para el fuego que
devasta los bosques, un cortafuegos bello e insuperable.
Ahí están las fotos del "enigma": en las proximidades de Jérica,
en medio de un estremecedor paisaje quemado, los cipreses, esbeltos e
indemnes, parecen orar activamente por nuestra supervivencia.