Un nuevo mapa autonómico para España
lunes 30 de julio de 2012, 17:52h
Aunque en las reuniones oficiales no se constate aún
oficialmente (valga la imprescindible redundancia), lo cierto es que el Estado
de las autonomías, tal como fue diseñado hace treinta y cuatro años, ya no
sirve. Algo habrá que inventarse. Pude hablarlo con el recientemente fallecido
Gregorio Peces-Barba, uno de los padres constitucionales, hace algunos meses,
con motivo de un congreso que organicé en Cádiz: él era moderadamente
partidario de una reforma de la
Constitución, en el Título que hace referencia a las autonomías
(VIII), en un sentido más bien centrípeto. Recuerdo que mantuvo un debate con
la diputada socialista catalana Meritxell Batet, partidaria, lógicamente, más
bien de lo contrario.
Ocurre que una reforma constitucional no puede aplazarse ya
mucho más, para clarificar las cosas, y para ello se hace imprescindible un
consenso al menos entre los dos grandes partidos nacionales. Si las instancias
europeas -y numerosa opinión pública española-creen que la culpa de
buena parte del desmadre económico español reside en el gasto autonómico, y si
algunas de estas Comunidades han pedido ya el 'rescate' del Estado,
nos encontramos ante un problema de primera magnitud y enorme envergadura. He
encontrado, tanto en el PP como en el PSOE, personas de mucho criterio que
piensan que hay que 'reconducir a los orígenes' el sistema: respetar
las llamadas 'nacionalidades históricas', aunque con limitaciones,
y aligerar las competencias de las catorce restantes. Basta de mirar hacia otro
lado.
Ya sé que, en su reunión con sus barones regionales este
lunes, Mariano Rajoy no ha ido tan lejos. Ni tampoco en su encuentro con el
presidente de la Junta
de Andalucía, el socialista Griñán. Están, estamos, todos demasiado pendientes
de la corteza de los árboles, que no nos deja ver los árboles y mucho menos el
bosque, como para pensar en políticas de alto vuelo. Es decir, estamos todos
demasiado obsesionados por la difícil coyuntura como para imaginar soluciones
duraderas al lío en el que estamos metidos. La respuesta no puede venir
meramente de la petición de cada autonomía al Gobierno central para que las 'rescate'
con el fondo de liquidez, dejándose una buena parcela de autogobierno en el
intento; ni basta tampoco con el mero control de los dispendios y excesos que
han jalonado tres décadas de marcha autonómica. Demasiado tarde.
Sobre todo, cuando en Cataluña soplan cada vez con más énfasis
los vientos secesionistas, y en el País Vasco las próximas elecciones pueden
arrojar resultados muy poco satisfactorios para la unidad nacional. No queda,
en esta nueva y complicada etapa que se abre, sino tratar de mantener a los
nacionalismos engarzados, y hasta donde sea posible satisfechos, dentro del
Estado. Las 'autonomías asimétricas', respetando en lo posible los
derechos adquiridos por las históricas, parece una solución razonable a
bastante gente en los dos principales partidos, cada vez, me parece, más
abocados al pacto.
Comprendo que la solución pueda parecer excesivamente
tajante a quienes aún no perciben hasta qué punto estamos entrando en una nueva
era. Pero no es momento para medias tintas, para quedarse en meras palabras de
unidad, ni para proseguir una dialéctica política que me da la impresión de que
Europa ya nos exige que superemos, al menos en esta cuestión, verdaderamente
clave para la buena marcha del Estado.