Hijos y padres de emigrantes
jueves 19 de julio de 2012, 19:14h
El dato es demoledor y muy, muy, preocupante.
En lo que va de año, es decir de enero a junio, han abandonado el país
40.625 españoles, lo que significa un 44 por ciento más que los que se
marcharon al extranjero durante idéntico periodo del año anterior. Lo
que hace apenas unos años era impensable -cuando se practicó aquella
política de puertas abiertas de Caldera para que los inmigrantes
pudieran entrar sin ningún tipo de control pensando que ESPAÑA era poco
menos que "la tierra prometida"- no solo ha sucedido, sino que la
virulencia del fenómeno es tremenda. Según los datos que ha facilitado
el INE, hasta hace bien poco se marchaban, como mucho, 3.000 españoles
al mes, mientras ahora la estampida llega a los 7.000 mensuales.
España vuelve a ser un país de emigrantes como en los 60-70, solo
que entonces se marchaban obreros y mano de obra no cualificada
que aceptaba hacer trabajos que en países mas prósperos como Alemania e
incluso los más osados cruzaban el charco. Recuerdo perfectamente como
era la despedida de los padres de algunas amigas mías cuando se iban a
buscar el pan que aquí no encontraban. Allí, en Alemania, trabajaban
hasta al extenuación, solían vivir apiñados y en condiciones terribles
con la única obsesión de hacer dinero rápido, cuanto más mejor, para
enviarlo a su familia, conseguir algunos ahorrillos y volver lo antes
posible cuando la cosa mejorara en nuestro país. Como Toledo, mi tierra
natal, es una ciudad pequeña, todos sabíamos de las peripecias de los
emigrantes. Su regreso en vacaciones era una fiesta, no solo porque
llegaba el sustento y se notaba en su entorno familiar, sino porque
nosotros en nuestra fantasía infantil convertíamos sus relatos en
leyenda y aventuras increíbles. Ellos mismos alimentaban la fantasía
viniendo cargados de artilugios extraños, productos y provisiones que
jamás habíamos visto. En las casas, sin embargo, los adultos comentaban
con tristeza, como una especie de drama, que fulanito o menganito se
tenia que marchar y hasta que se instalaban en tierras lejanas, eran los
propios vecinos quienes tejían una red de ayuda a esas familias para
que tuvieran lo básico, hasta que ellos mandaran algo de dinero.
Tengo
en mi memoria muchos recuerdos de aquella época y sobre todo el final
desastroso de algunas de aquellas historias con desarraigo familiar,
padres que no regresaron nunca y otros que volvieron con los bolsillos
vacíos y mucha frustración.
Nuestros padres fueron emigrantes, pero lo que jamás pensamos, ni
en nuestros peores sueños, es que nuestros hijos también lo serían. La
diferencia es que los que ahora se marchan no son obreros poco
cualificados, sino la generación más brillante y mejor formada de
nuestro país. Los vemos marchar llenos de impotencia, atenazados por la
rabia y el miedo y nos negamos a aceptar que nuestros hijos, criados en
la abundancia y la opulencia, vayan a vivir peor, mucho peor, que
nosotros como inevitablemente va a pasar. Vemos el fenómeno como algo
antinatural y ponemos en la diana a los políticos que han llevado a este
país a la ruina, pero pocas veces nos miramos a nosotros mismos como
colaboradores necesarios de tanto exceso y despilfarro. Nunca pensamos
que la exigua pensión de los abuelos tendrían que servir para sacar
adelante a toda la familia, ni que aquella burbuja inmobiliaria de la
que todos quisieron sacar tajada en su medida terminaría por
arrastrarnos al abismo. Es verdad que ya es tarde para el lamento, que
de nada sirve seguir llorando por la leche derramada, pero tenemos
derecho al desahogo y al pataleo porque seguimos viendo que la crisis no
existe para algunos mientras a otros nos está machacando, constatamos
ahora que no era sino una burda mentira aquellas frase errónea de
Zapatero de que "las clases medias lo resisten todo". Quienes lo pueden
todo son los poderosos de siempre, siempre subidos al machito, siempre
cercanos al poder, tenga la ideología que tenga, siempre al lado de
quien manda sea en los partidos, los sindicatos o los empresarios. ¡Que
más da! Muchos siguen viendo este relato como una película de ficción
que no va con ellos pero cada vez hay más gente que no está dispuesta a
tolerarlo. Sé que esto no es un artículo al uso, sino un simple desahogo
pero a veces el lamento es lo único que da segundos de sosiego.