jueves 19 de julio de 2012, 18:36h
Conocí a José Luis Uribarri durante unas
fiestas del Pilar, hace demasiados años. Creo que tenía una hermana que
vivía en Zaragoza, y a la que había venido a visitar. José Luis era
entonces uno de los presentadores del telediario de la única televisión
que había en España -televisión en blanco y negro- y, por tanto, uno de
los rostros más populares del país.
Le hice una entrevista para la edición del diario Pueblo, en
Aragón, y no volví a encontrármelo hasta muchos, muchísimos años
después, en casa del compositor Alfonso Santisteban. Uribarri dirigía
entonces el programa "Aplauso" de TVE, donde Alfonso era el asesor
musical, y yo pasaba muchos ratos en casa de Alfonso, porque estábamos
preparando una revista musical.
La última vez que coincidí con Uribarri fue porque me llamó para
su programa dedicado al cine en Canal 13, y lo encontré como era
habitual en él: cordial, cariñoso, cortés y optimista.
Las personas que trabajan en televisión gozan y sufren
espectaculares subidas de popularidad, seguidas de olvidos casi
ominosos. Las profesionales inteligentes soportan esta ducha escocesa
con toda naturalidad, mientras que los vanidosos o los tontos
contemporáneos, consideran que los olvidos hacia su persona son
humillaciones intolerables. José Luis siempre ha estado en el primer
grupo, y nunca encontré una variación en su señorial manera de ser y de
estar.
Recuerdo que en la etapa de "Aplauso", cuando la gente joven en
España no salía de su casa hasta que no concluía el programa, José Luis
era la llave para el lanzamiento de un nuevo disco o para el
recordatorio necesario de las figuras que se van haciendo clásicas. He
visto a cantantes famosos y representantes de editoras discográficas
hacerle la pelota a José Luis de una manera casi indecente, sin que a
José Luis le subiera la autoestima un sólo gramo. Y también he visto a
esos grandes pelotilleros desaparecer como ratas de barco, cuando
desapareció el programa. Tampoco entonces percibí que José Luis se
extrañara o expresara la menor queja.
Escribo estas líneas apresuradas en un momento crítico para este
profesional, que se forjó, como Luis del Olmo, en aquellas
estaciones-escuela de Radio Juventud. Y le deseo lo mejor para él. El
desenlace que quisiera para mí mismo, mientras le envío un sincero
"aplauso" de homenaje.