Dos tercios de democracia
lunes 16 de julio de 2012, 12:10h
Allá por el año 450 antes de nuestra era, Pericles estableció el misthos,
que era un salario para quienes ejercían ciertas funciones democráticas
en Atenas. Aquella paga permitió a los ciudadanos más pobres participar
en la vida pública. Todo hay que decirlo, desde el mismo momento de su
implantación, el partido oligárquico de Cimón se opuso a la medida.
A diferencia de lo que ocurría en la Atenas clásica, en la España
actual la mayor parte de los concejales no cobran. De hecho, hasta 2006
en que aprobamos que los alcaldes pudieran cobrar el desempleo, un
ciudadano podía haber dedicado diez o veinte años de su vida a servir a
su comunidad y quedarse tirado en la calle al dejar el cargo. Como si
servir a los ciudadanos justificara menos derechos laborales que servir a
un empresario.
Así que el miércoles pasado, cuando el presidente Rajoy, actual líder
del partido oligárquico de Cimón en nuestro país, anunció en el
Congreso la reducción del 30% de los concejales de España, escuché decir
irónicamente a un compañero de escaño: «no, si lo que tiene que hacer
es que haya que pagar por ocupar un cargo representativo, y así ya solo
podrán gobernar los ricos».
Estoy convencido de que la mayoría de los avispados lectores o
lectoras de estas páginas no conocen ningún informe sobre el coste de
nuestra democracia local, ni sobre el rendimiento económico de la misma,
ni dispone de una comparativa internacional. Yo tampoco. Sin embargo
hay quien, sin esa información, está convencido de que ahí residen gran
parte de las razones de nuestra situación económica. Se ve que la
economía francesa puede sostener cerca de 37000 municipios y que la
nuestra anda doblada con el peso de 8000. Al final va a ser eso lo que
lastra a nuestra potente clase empresarial.
Conozco a muchos concejales. La mayoría no cobran. A lo sumo una
dieta cuando asisten al pleno una vez al mes. Si hiciéramos el cálculo
de las horas que le dedican a su función, de los problemas que
resuelven, si pudiéramos cuantificar en dinero su atención al estado de
los servicios públicos, a la situación de los vecinos en dificultades,
si pudiéramos poner precio a sus iniciativas, a las responsabilidades
que asumen, nos haríamos una idea de cuál es el rendimiento económico de
nuestra democracia local. Perder a esos concejales es perder una
riqueza colectiva.
Pero el gobierno nos obligará a votar sin presentar ningún informe,
no lo necesitan, basta con la ira de la gente convenientemente dirigida
contra sus propios representantes. En este tiempo contradictorio en el
que todo el mundo habla de la necesidad de abrir las instituciones a la
participación ciudadana, el gobierno del señor Rajoy ha decidido
arrancar de una dentellada un tercio de la democracia local de nuestro
país.
Después de 2462 años desde que el líder democrático Pericles
estableciera un sueldo para los representantes, se ve que lo que les
molesta a los del partido oligárquico no es que la democracia sea cara,
sino que sea democracia.