domingo 15 de julio de 2012, 16:50h
El ¡Pobre de mí! No es el grito pamplonica del final de los Sanfermines
sino el de todos los ciudadanos asfixiados por las medidas contra la crisis.
Ahora sí han llegado los recortes duros, que seguramente no sean los últimos.
Pero este no es un problema de ciudadanos buenos contra políticos malos, por
más que los que nos dirigen hayan perdido paso a paso su credibilidad y estén
en una situación de difícil recuperación.
Son un problema y no una solución, como opina una mayoría social.
Durante años, algunos han venido interpelando a los políticos para
pedirles que se enfrentaran juntos a la crisis y les han reclamado pactos de
Estado para arreglar la economía, la educación, la justicia, la sanidad. Pactos
para la estabilidad, para impedir el derroche, para evitar los cambios sectarios
cada vez que cambia el poder. Y los políticos han mirado hacia otro lado, han
evitado cualquier acuerdo, han boicoteado incipientes propuestas sociales y han
desamortizado la sociedad civil porque ponía en riesgo sus privilegios y su
poder. En ese mismo lugar están las oposiciones de distinto color y signo y los
sindicatos y la patronal que, desde una demagogia irresponsable, se han venido
negando a que se tomaran medidas o han hecho que fuera imposible tomarlas. Ahora
todo está en riesgo.
Pero esos ciudadanos que criticamos todo en el café o en tertulias con
amigos, hemos -han- seguido votando -en lugar de botando- a los corruptos, a
los mentirosos, a los despilfarradores, a los que gobernaron de espaldas a la
realidad, a los que nos han llevado a la ruina por ineficaces o por ineptos.. Millones
de ciudadanos han desconectado de la política y se han dedicado durante estos
años a vivir lo mejor posible. Sin más preocupación. Y ahora tenemos lo que
hemos cosechado. Por ejemplo, once millones de personas bajo el umbral de la
pobreza, cuatro de ellos sin un techo digno. O cuatrocientas mil ejecuciones
hipotecarias desde 2007. Ni los ciudadanos tuvieron comportamientos
responsables ni los políticos cumplieron su deber. ¿Y no se imaginaban lo que
podía pasar? ¿No se pudo hacer más? ¿No son, no somos, responsables de nada?
Algo tendremos que hacer diferente los políticos y los ciudadanos para
evitar que esta crisis se cebe aún más con las personas, con los que menos
tienen, con sus derechos, con la cohesión social. ¿Hasta dónde tienen que llegar
los sacrificios de todos? ¿Y para qué? Porque, al margen del empobrecimiento
creciente, nadie vislumbra cuál es el
horizonte. Vuelve a ser indispensable la negociación, el pacto, el acuerdo, la
responsabilidad de los políticos... y también la moral de cada ciudadano. Aquí
nos salvamos todos o nos vamos al garete todos. Si los que mandan no saben lo
que hay que hacer, que se vayan y dejen a otros. O que se unan para trabajar
juntos. Sin soberbia, con humildad. A quien hay que rescatar es a las personas.