Que el otoño va a ser caliente, por mucho que eso a nadie le interese,
resulta patente. Ni el efecto desmovilizador del verano, ni la sinceridad
patética de un Rajoy reconociendo que no tiene más remedio que aplicar unas
medidas de dureza que a él no le gustan, ni el tono mesurado y hasta
colaborador del líder de la oposición, Alfredo Pérez Rubalcaba, van a poder
evitarlo: el mes de septiembre va a llegar cargado de movilizaciones, protestas
en la calle y quién sabe si hasta con la convocatoria, públicamente sugerida
por los sindicatos, de una huelga general.
Entiendo que Cándido Méndez e Ignacio Fernández Toxo, los líderes de
UGT y CC.OO, no tengan otro remedio que elevar el tono ante la barrida a los
bolsillos de una ciudadanía deprimida y alarmada. Ambos son personas, me
parece, responsables y mesuradas, pero el papel de los sindicatos es el que es
y sería inconcebible que no protestasen ante la que está cayendo. Como sería
impensable que los medios de comunicación renunciasen a su papel crítico, por
mucho que a Rajoy, poco amante de los periodistas, y a sus ministros, les
parezca que debería ser de otra manera.
Pienso que el Gobierno, que evidentemente tiene pocas salidas en cuanto
a su estrategia económica, falla en el campo estrictamente político: habla poco
con los demás partidos -sí, ya sé que Rubalcaba y Rajoy se telefonean
bastante--, casi nada con los sindicatos y mínimamente con los medios de
comunicación, que son, o deberían ser, el canal para llegar a la ciudadanía.
Cierto que también los medios, en general, debemos hacer autocrítica, pero eso
nada tiene que ver con la estrategia de puertas cerradas que se lleva desde La Moncloa y desde tantos
departamentos ministeriales.
Es, cuánto se ha repetido, la hora de la Política con mayúsculas.
No es tan difícil ensayar el pacto con otras fuerzas, también con los
nacionalistas, que empiezan a dar alarmantes síntomas centrífugos. Es más
fácil, al menos, que hacer bajar la prima de riesgo. Ni me parece tan
complicado empezar a llamar a La
Moncloa a representantes de la sociedad civil, que hasta
ahora se ha mostrado tan débil, pero que también muestra síntomas de
exasperación. Me pregunto cuándo fue la última vez que un miembro del Ejecutivo
se detuvo a hablar largo y tendido con un parado.
A veces siento una no sé si muy saludable envidia ante gestos
-sin duda meramente simbólicos, pero gestos al fin-como el del
vecino Hollande creando una comisión para combatir la corrupción política. O me
pasman aquellas primarias en el PSF en las que pudieron votar cuantos franceses
quisieran y pagaran un euro. Parecerá absurdo a algunos, pero lo importante
ahora es dar a los españoles alegrías políticas, ya que parece que las económicas
van a tardar en llegar. Y eso, un estilo nuevo de gobernar, adelgazando el peso
del Estado y aumentando el de los ciudadanos, no se está haciendo.
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