El orgullo de ser persona (y 2)
lunes 09 de julio de 2012, 07:55h
En la nota
anterior me referí al hecho de que la diversidad biológica de nuestra especie
está ligada a la determinación de la división sexual y de cómo ello tiene
efectos en la perspectiva antropológica y cultural. Pero advertí que esa
realidad no agotaba el debate sobre los derechos de los homosexuales y anticipé
que estábamos ante un caso típico de armonización de derechos. Trataré de explicar
por qué.
Estoy convencido
de que el derecho al matrimonio gay no puede verse en medio de un espacio vacío
normativo, porque lo que suele suceder con el desarrollo de nuevos derechos es
que surgen en medio de un universo pleno de derechos con los que hay que
conciliar esos nuevos. Es decir, coincido con el derecho de los homosexuales a
formar parejas y familias, pero no creo que eso elimine el derecho de mucha
gente a elegir la forma en que quiere que se reproduzca la sociedad. Eso
plantea algo similar a la loca idea de que los derechos de las minorías
disuelven por ensalmo los derechos de las mayorías. Algo que sólo suele traer
quebrantos y conflictos, cuya solución, creo, no es otra que el esfuerzo por
armonizar derechos.
Por otro lado,
pienso que esos derechos homosexuales refieren más a la libertad personal,
mientras el otro refiere al derecho a determinar el tipo de colectividad que
queremos. Eso es fácil de entender para resolver la cuestión de la relación
entre reproducción y familia. Alguien puede afirmar que no se puede impedir a
una pareja estéril que constituya una familia y tendría toda la razón. Pero
resulta muy difícil pensar que por ello la sociedad debe dejar de preocuparse
de la reproducción y los problemas de la infancia ¿verdad? Pues algo semejante
sucede con el caso del matrimonio gay. Los homosexuales deben tener el derecho
a formar familias, pero eso no suprime el derecho de mucha gente a pensar que la continuidad de la
sociedad (su reproducción) debe privilegiar la natural división sexual de la
especie y así la relación entre hombre y mujer. Lo que lleva de nuevo a pensar
que es necesaria una armonización de derechos.
Existe una posición ultraliberal que defiende el
matrimonio gay sobre la base de que el Estado no debe meterse en la alcoba de
nadie. Me parece que esta es una posición inocente o perversa. Porque lo que no
podemos hacer es usar argumentos contradictorios: ¿no hemos dicho que la
violencia de género en la alcoba no es un asunto privado y debe sancionarse
normativamente? El Estado ya regula las relaciones de alcoba, ahora la cuestión
es saber cómo y hasta donde.
Así que respecto
de cómo quiero que se reproduzca la sociedad en que vivo, no soy en absoluto
hipócrita: sí tengo preferencias. No voy a hacer lo que hizo Zapatero, paladín
del matrimonio gay y luego, cuando decidió impulsar políticas para la familia,
hacerlo sobre la base de una perspectiva heterosexual (como criticaron
acertadamente muchos homosexuales en su momento). Estoy convencido de que
existe un correlato positivo entre diversidad biológica, división sexual,
diferenciación y diversidad entre mujeres y hombres, que debe entregarse a
nuestros descendientes. Los niños y niñas deben nutrirse de esa diversidad
desde su nacimiento, porque eso les prepara mejor para una sociedad compuesta
por mujeres y hombres. ¿Eso significa, por ejemplo, que rechazo la posibilidad
de que una pareja homosexual pueda adoptar hijos? No, en absoluto. Creo que la
adopción tiene ya reglas claras y podría suceder que una pareja homosexual
estuviera en mejores condiciones de cuido de un determinado caso que una pareja
heterosexual.
Pero eso no
significa aceptar el argumento de algunos gays de que, en realidad, muchas
parejas heterosexuales nunca se formaron para ser padres y que, por tanto,
pueden cometer enormes disfunciones con sus hijos. Claro, eso es verdad, pero
tal cosa debería aludir a la necesidad de formar para la paternidad y no resta
un ápice al derecho que poseo de tener una preferencia de reproducción social.
Por otro lado,
considero que apostar por la diversidad (genética, fisiológica y psicológica)
que implica la relación heterosexual compone el verdadero reto de la equidad de
género. Una relación entre mujeres y hombres que no esté atravesada por el
deseo se parece mucho más a una coexistencia de género que a una verdadera
equidad de género. La separación de mundos (masculino y femenino) es la salida
fácil o forzada de la relaciones de equidad.
Finalmente, desde
estas páginas se ha hecho la pregunta: ¿quiere usted casarse conmigo,
caballero? Mi respuesta está clara: no, señor, muchas gracias, soy
orgullosamente heterosexual. Pero, fiel a mi tesis de la armonización de
derechos, defenderé el derecho que usted tiene a hacer la pregunta. Más aun, le
propongo un pacto: combatiré la homofobia en mi medio en la misma medida que
usted combata la heterofobia rampante que parece estar desarrollándose en el
suyo.