jueves 05 de julio de 2012, 08:03h
Lo que le ha sucedido al senador Juan Morano es una prueba
bien clara de que nuestra democracia continúa estando sometida a los intereses
de los partidos políticos.
En otras palabras, el diputado o el senador se debe al
partido y no a los electores que le votaron. Si tiene que elegir, lo primero es
el partido. Nada de rebeldía, nada de crítica. Silencio y disciplina. Juan Morano ha sido desfenestrado por ser
fiel a sus electores y discutir las directrices de su partido. A muchos
diputados y senadores les gustaría hacer lo mismo, pero callan, porque afuera
no hay ascensos ni privilegios y hace mucho frío. La cúpula los quiere así, dóciles
gregarios que opinan al dictado y votan al pie de la letra.
Nadie se atreve a cambiar la ley. Les interesa que siga así a
los grandes partidos estatales porque de esta forma tienen el gobierno a mano. Les
conviene a los partidos nacionalistas porque mantienen a salvo su feudo. Mientras
que los partidos minoritarios salen perdiendo, porque sus votos valen menos,
y nunca podrán cambiar el orden establecido. De esta forma el
control esta asegurado.
Sigue teniendo vigencia la frase de Alfonso Guerra. El que se mueva, no sale en la foto. El
que se mueva por su cuenta, el que opine por libre, se entierra a sí mismo en
el Grupo Mixto. Allí esta ahora Juan Morano, por ser fiel a su conciencia, y
leal con la gente que le votó.
A pesar de su ejemplo, esto no va a cambiar, porque la democracia, tal y como está ahora,
es mucho más cómoda y manejable. Todo para el pueblo, pero sin el pueblo. Los intereses
partidistas están en primer lugar y el pueblo es el último de la fila. Por eso hay que decirlo bien claro,
aunque no nos hagan ni puñetero caso: ¡Listas abiertas, ya!