¡Políticos del mundo, uníos!
martes 05 de junio de 2012, 09:20h
En algún momento escuché una anécdota, seguramente apócrifa, sobre
don José de Echegaray, nuestro primer Nobel de literatura. Al parecer
Echegaray solía pasar por un taller en el que había un mecánico muy
aficionado al teatro, que un día le entregó una obra que había escrito
él mismo. Al llegar a su casa Echegaray se dispuso a leer lo que había
imaginado sería un drama social sobre la vida de los trabajadores de
comienzos del siglo XX. Sin embargo encontró que la obra del mecánico
comenzaba: «Acto Primero. Escena Primera. En el salón de los condes de
Villamediana». Echegaray se preguntó: «¿cuándo habrá estado este hombre
en el salón de unos condes?», y dejó de leer.
Hace unos días tomé un taxi en la puerta del Congreso de los
Diputados. Así que después de un montón de horas de pleno y de una
reunión de comisión, y mientras trataba de no perder un avión, tuve la
oportunidad de que el taxista me explicara la situación del «mundo
real». Como le ocurrió a Echegaray, aquel hombre no me habló de su vida
vivida, sino de lo que ha escuchado en las tertulias radiofónicas
durante sus largas jornadas al volante. Unas tertulias en las que, en
lugar de especialistas en los temas, las más de la veces hay políticos
de salón que disparan con palabras de fogueo que a nada los comprometen y
de nada los responsabilizan. No dejé de escucharlo.
Aquel hombre tenía una solución sencilla para los graves problemas
del país: que todos los políticos nos unamos. Algunos aspirantes a
tecnócratas también nos llaman estos días a un gobierno de
concentración. No creo que la unidad, por sí sola, resuelva nada; aunque
puede ayudar. Es una idea que debe considerarse con prudencia, porque
detrás de la patriótica petición de unidad suele esconderse la nada
patriótica intención de acabar con la política, es decir, con la
democracia y la libertad.
Sin embargo, es cierto que, en situaciones muy excepcionales, un
gobierno de concentración puede ayudar. Siempre con dos condiciones: que
los sacrificios se distribuyan con justicia y que la unidad no
signifique un pacto de silencio sobre los errores del pasado. Nuestras
élites arbitristas deben comprender que difícilmente podremos unirnos
los representantes entre nosotros, si con nuestros acuerdos no unimos
también a nuestros representados, y eso no es tan fácil.
No es fácil porque unos representamos a quienes con sus impuestos y
sus votos hicieron los colegios y los hospitales, y queremos preservar
ese patrimonio común; y otros representan a quienes dicen que la
enseñanza y la sanidad públicas son insostenibles y que hay que
privatizarlas, que ya ellos conocen a quienes pueden comprarlas. La
unidad exige que todos renunciemos a algo, y es ahí donde empiezan los
problemas, pues en nuestro país algunos ya no tienen prácticamente nada a
lo que renunciar, y otros no quieren renunciar a nada. Así son las
cosas en la vida real.