miércoles 30 de mayo de 2012, 11:35h
El llamado
bipartidismo imperfecto -la perfección no existe en ninguna obra humana- ha
sido la clave de una estabilidad sin precedentes en la política española y es,
hoy, la baza más favorable para afrontar la desastrosa crisis socioeconómica
que padecemos, en parte por deméritos propios y en parte como secuela de un
lamentable cataclismo internacional. Pero esos partidos -derecha e izquierda
suavizadas- también están pasando su propia crisis. Su papel de participación y
mediación entre Estado y sociedad civil está en entredicho por su conversión en
meros instrumentos de los gobernantes de turno o de los aspirantes a gobernar.
Nuestros
partidos iniciaron su actividad legal en tiempo preconstitucional con voluntad
de reconciliación y concordia. A la izquierda aceptaron la invitación a
incorporar los viejos antecedentes revolucionarios del socialismo y comunismo
al juego democrático. A la derecha se abrió la dinámica interclasista de las
nuevas clases medias reformistas y aperturistas para superar un inmovilismo
conservador de intereses. Pero aquellas credenciales presentes en los años del
cambio van quedando muy distantes de la sensibilidad actual, precisamente
porque los resultados han permitido el más largo periodo de convivencia
pacífica y fructífera de nuestra historia contemporánea. Hoy no hay ciudadanos
de menos de cincuenta años que hayan vivido como protagonistas el clima de la
Transición. Por tanto, las generaciones más bulliciosas no se sienten vinculadas
al pretérito sino preferentemente preocupadas por su futuro.
Estas
generaciones se encuentran con unos partidos oligárquicos, convertidos en
equipos de gobierno y ausentes de contactos participativos populares más allá de
las campañas electorales. Las servidumbres de la crisis hacen prácticamente
imposible cumplir programas ideológicos y un horizonte incierto no permite
hacerse ilusiones idealistas. Los partidos se limitan a colocar o descolocar en
los aparatos de gobierno sus recursos humanos, aquellos de confianza del
dirigente mejor situado. A su vez, el dirigente se ha convertido en un sucesor
de escalafón, tanto en el poder como en la oposición, capaz de manejar el
aparato del partido desde su interior, de lo que es la muestra más palmaria que
los actuales presidentes de ambos partidos sean los vicepresidentes de los
presidentes anteriores. El carisma de estos dirigentes no proviene de su eco
popular sino de la predilección de los presidentes antecesores. Esto provoca
tentaciones al populismo de otros políticos minoritarios que van sembrando
gérmenes de desorientación y extremismo que, por ahora, son débiles entre
nosotros pero se les nota crecer en otros países haciéndolos, en algunos casos,
ingobernables, como vemos en Grecia o en Italia, obligada a recurrir a un
mandato tecnocrático. Entre nosotros, por ahora, la desafección se manifiesta
en el desprestigio de algunos exponentes de la llamada clase política,
acrecentado por episodios de corrupción. La tentación no deseable al populismo
tampoco está al alcance de los actuales dirigentes escalafonarios, poco o nada
curtidos en la espectacularidad y la demagogia de la lucha en campo abierto.
Por todo ello
existe un escepticismo político de la ciudadanía que le lleva a velar en
exclusiva por lo que considera sus intereses a corto plazo sin que entren en
juego valores o principios de mayor altura. Los partidos han reducido su ritual
a las calculadas dimensiones de los recintos rellenables con sus "hinchas" y
sus líderes se han acostumbrado a evitar los espacios abiertos y hasta las
tribunas abiertas. El peligro que comporta este proceso no es inminente pero
puede acentuarse en el futuro, sobre todo si las condiciones socioeconómicas
continúan deteriorándose. Es necesario plantearse un estilo más autentico y
transparente de democracia y no dejarla depauperarse con el tono gris de las
nubes oscuras. Que no lleguemos a poder decir, como un personaje de
Shakespeare: "Una nube tan sucia no se aclara sin tormenta".
Ex diputado y ex senador
Gabriel Elorriaga F. fue diputado y senador español por el Partido Popular. Fue director del gabinete de Manuel Fraga cuando éste era ministro de Información y Turismo. También participó en la fundación del partido Reforma Democrática. También ha escrito varios libros, tales como 'Así habló Don Quijote', 'Sed de Dios', 'Diktapenuria', 'La vocación política', 'Fraga y el eje de la transición' o 'Canalejas o el liberalismo social'.
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elorriagafernandezhotmailcom/18/18/26
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