El
oficio del periodista incluye el deber de ser crítico con el poder y
aceptar que 'noticia es todo aquello que alguien no quiere que se
publique'. O entender que las buenas noticias no son noticia (aunque en
realidad, ahora que todo son noticias malas, las buenas resultan
novedosas). Pero también hay que asumir, contar y analizar la parte
positiva de las cosas. Y tengo para mí que, pese al fragor de la
tormenta económica, que cada día nos da al menos un disgusto, una crisis
tiene también el prisma de que significa oportunidades nuevas. Y poner
en orden lo que estaba en pleno (aunque soterrado) desbarajuste. Por
ejemplo, el estado de las autonomías.
Al
Gobierno de
Mariano Rajoy se le pueden hacer bastantes críticas.
Especialmente, en materia de falta de transparencia e incluso de
improvisación, lo que le lleva tantas veces a hacer cosas que prometió
que no haría. Lo que nadie podrá decir es que no ha emprendido con mano
de hierro el camino de las reformas más imprescindibles. Ahora, por
primera vez en un cuarto de siglo, tenemos las cuentas autonómicas
claras, por ejemplo, después de décadas de disimulos, mentiras,
chapuzas, despilfarros y, en algunos casos, corruptelas sin freno. Ahora
vemos que todos, todos, desvirtuaron las cifras, lo que no va a
contribuir mucho, me temo, a nuestro prestigio en el exterior: ahora han
aprovechado la coyuntura para pedir fiscalización a nuestros bancos,
hasta el propio
Hollande se ha apresurado a hacerlo, tal vez porque una
parte de la banca española resulta incómoda para ciertos intereses.
Pero
eso parece haberse acabado: sospecho, a la fuerza ahorcan, que ahora
España es un país fiable en sus cuentas públicas, porque nos han
obligado a serlo. Al menos, eso hemos sacado de la crisis. Eso y el fin
de algunas trampas en ciertas cajas y entidades bancarias.
Eso, y un mayor control de la Jefatura del Estado por parte del
Ejecutivo. Y puede que también mayor coherencia en algunas instituciones
más. Veremos.
La
verdad es que España entró en la crisis de 2008 políticamente
debilitada, exteriormente desprestigiada e interiormente desanimada. No
apruebo que todos nuestros males se expliquen y achaquen a la difícil
herencia recibida; es un pretexto demasiado fácil, inservible y que
aleja cualquier posibilidad de ese 'pacto de Estado' que todos dicen
desear y ninguno de ellos pone en marcha a la hora de la verdad. Pero sí
son ciertos esa debilidad, ese desprestigio, ese desánimo.
Corresponde
al Gobierno del PP restaurar esplendores, reputaciones e ilusiones. No
lo podrá hacer sin esos 'pactos de Estado' de los que hablaba la propia
Soraya Sáenz de Santamaría tras el Consejo de Ministros del viernes. Ni
lo podrá hacer sin consenso amplio con los socialistas, que también
deberían sacar muchas lecciones de la crisis, entre ellas que no se
puede hacer oposición meramente a base de
tweets, como ha hecho
Rubalcaba al conocerse que algunas autonomías del PP, como Madrid,
Castilla y León y Valencia, tampoco fueron escrupulosos con sus propias
cifras de déficit. A Rajoy le reprochamos algunos su escaso contacto con
los medios y con la calle. Pero a Alfredo Pérez-Rubalcaba, huidizo de
los periodistas hasta en los pasillos del Congreso, se le podría decir
lo mismo: ni Rajoy puede dejar en manos de
Montoro y
De Guindos la
explicación de la realidad, ni Rubalcaba puede hacer lo mismo con Elena
Valenciano. Queremos ver a los líderes fajarse directamente con la
situación.
Sí, del fracaso se aprende y de las crisis se sacan oportunidades. Siempre y cuando se quiera hacerlo, naturalmente.
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Blog de Fernando Jáuregui - Cenáculos y mentideros