Cuando
se receta a la ciudadanía una buena dosis de recortes, bueno es predicar con el
ejemplo. No quisiera situarme ni siquiera en el linde de una fácil (y
comprensible) demagogia si digo que, no pocas veces, ese ejemplo se echa en
falta. No hablo ya de los políticos en general, que, salvo excepciones que
vienen a confirmar la regla, no tienen unos sueldos excesivos, y que tantas
veces son inferiores a los de sus colegas europeos. Pero sí me refiero a
algunos privilegios, viajes gratis total, tarjetas de crédito sin límites,
coches y chóferes que constituyen los placeres paralelos de una vida dedicada
al servicio público. Y dedicación al servicio público es también, por ejemplo,
presidir una empresa o un banco nacionalizado.
Sí.
Hablo, por supuesto, del caso llamativo de Bankia, cuyo anterior presidente,
Rodrigo Rato, pasó de cobrar 2'3 millones de euros a 'solamente' seiscientos
mil, a cambio de una gestión que ha sido considerada cuestionable. Que es,
600.000, el salario heredado por
José Ignacio Goirigolzarri, un hombre que, al
salir de BBVA, lo hizo con una 'compensación' vitalicia -vitalicia- que supera
los tres millones de euros anuales. Bien podría el señor Goirigolzarri, persona
competente e intachable por lo demás -ha tenido, eso sí, la mala suerte de
servir de ejemplo para este comentario-, hacer el sacrificio de bajar sus
estipendios hasta los de un 'vulgar' presidente del Gobierno, sin ir más lejos.
Unos ochenta mil euros anuales, gastos del cargo -que son casi todos- excluidos.
Ningún cargo público debería, por otro lado, ganar más que el jefe del
Ejecutivo (tranquilos todos, que sin duda se encontrarían candidatos idóneos
para todos los puestos).
Sucede
que no resultan especialmente edificantes, para quienes tienen que conformarse
con una subsistencia mileurista, algunos casos de salarios astronómicos
percibidos por algunos capitanes de empresa y de la banca, aunque siempre puede
argumentarse que se trata de entidades privadas, que reparten sus beneficios (o
pérdidas) como les da la gana. Pero si esto último puede llegar a justificarse
(no del todo, en mi opinión) en la discrecionalidad con la que un empresario o
un banquero administra lo que no es público, resulta difícil entender que nada
menos que un presidente del Tribunal Supremo pase facturas al erario público
por sus descansos privados, y que considere "una miseria" las cantidades en
cuestión, que, francamente, a mí tampoco me parecen tan miserables, todo
considerado.
Vieja
tradición hispana esta de considerar que lo público "no es de nadie" (la ex
ministra
Carmen Calvo dixit), entendiendo, así, que todo, viajes de placer,
hoteles, restaurantes de lujo y algún que otro 'regalito', se puede colgar de
la amplia manga de los Prepuestos del Estado. Mira por dónde un
privilegiado como José Ignacio Goirigolzarri tiene ahora la oportunidad de
darnos una lección de austeridad.. Quién se lo hubiera dicho.
Blog de Fernando Jáuregui - Cenáculos y mentideros