Los síntomas son
los de siempre, pero no. Estamos ante de un final de fase, la de la
austeridad fiscal como eje de la política europea. ¿La razón? No tanto
un cambio de criterio, o la victoria de unas determinadas tesis sobre la forma
de conducir hacia la salida de la crisis, sino la creciente evidencia de que la
probabilidad de que los países de la eurozona pongan en orden sus finanzas públicas
al ritmo pretendido se va esfumando a igual velocidad con la que, por diversos
medios, los responsables políticos acusan recibo de mensajes de rechazo de la
población expresados por múltiples vías. Se toma conciencia de que estamos
cerca de que emerja el muro de la contestación social. Esto obliga a
modular el mensaje de restricción y a poner el acento en estimular el
crecimiento. Observemos y veremos que eso es lo que está pasando en toda
Europa. La consecuencia la señalaba la semana pasada el Presidente del
Parlamento Europeo: "un colapso de la UE es posible". En prevención, se
prepara una cumbre informal de líderes europeos para trabajar sobre medidas
para estimular el crecimiento. ¿Pero cómo?
Durante décadas el
crecimiento se apoyó en el crédito, alimentado por una política monetaria ultra
expansiva, y las deudas del sector privado se dispararon. Con la crisis, el
crecimiento se buscó a través del estímulo mediante el gasto público. Se
dispararon entonces las deudas de los Gobierno. Buscaron apoyo en los ya
maltrechos bancos, y la situación empeoró. Nadie presta, y los bancos están en
precario, en medio de un repliegue a sus propios mercados. La banca global
da un serio paso atrás. Estamos en un proceso inquietante de
desglobalización financiera. España, como otros
países, está muy endeudada, de modo que parece lógico ahorrar, pero los
ciudadanos empiezan a manifestar
resistencia. Difícil. El crédito no es opción. El gasto público no es opción. Solo quedan las
reformas estructurales, pero su resultado es demasiado lento. Pero volver a
crecer tiene un precio, y encontrar quien lo pague no va a ser fácil. Los
deudores se sienten cerca del límite y la presión bascula hacia los acreedores.
Por eso que aunque nos parezca que lo que ocurre ya lo hemos visto, la verdad
es que estamos ante algo bastante distinto. En Alemania, que ve como sus
sindicatos piden alzas salariales superiores en algunos casos al 6%, recelan de
la política del BCE. En Latinoamérica los gobiernos de corte más populista
desconfían de la capacidad a medio plazo de su principal inversor y, a su
manera, quieren recuperar el control de sus recursos energéticos que hacen de
la región la segunda potencia petrolera del mundo. Por si solas, las reservas
venezolanas superan a las de Arabia Saudí. No hay casualidades.
El Presidente del Eurogrupo finaliza ahora
mandato y se va, manifestándose harto del eje franco alemán, pero es
posible que sea un alemán quien le suceda. Europa parece dispuesta a poner en
juego sus "reservas" de todo tipo para dar una esperanza más al euro, pero hace
falta que no se rompa la dinámica de austeridad fiscal. Si los inversores
siguen huyendo de Europa, el salto adelante que se precisa para salvar al
euro, va a ser cada vez más largo y quien sabe si menos posible.